Cada vez que retomo este blog me maravilla el siquiera acordarme de él, ya que
cada vez el intervalo entre entradas (o entre la última entrada publicada y la
enésima vez que lo retomo) va haciéndose más y más grande. Sea como fuere, poco
importa. Quizá quede relegado a un espacio extra para mi perezosa memoria, que
se empeña en borrar títulos, autores e incluso argumentos de mi cerebro. Alguna
vez soy capaz de recordar una línea argumental, un abstracto detalle, pero no
puedo recomendar una obra dado que no puedo acordarme de los detalles que
posibilitarían al otro encontrarla en una tienda o en una biblioteca.
Además,
esta pandemia a la que me niego a dedicar una entrada ha arrasado con mi
capacidad de concentración. El metro, mi lugar preferido para leer y
posteriormente para dibujar, ha desaparecido de mi rutina. Y mientras el dibujo
ha supuesto para mí una actividad más valiosa que el sobrepublicitado
mindfulness, la lectura no ha encontrado su hueco en mi nuevo caos diario.
No
obstante, a finales de 2021 mi hermana me prestó la novela epistolar "La
sociedad literaria del pastel de piel de patata de Guernsey", fui capaz de
terminarlo y después me lancé a la biblioteca ávida de nuevas obras que
alimentaran mi mente, mi imaginación, que me devolviesen el vocabulario que
antes encontraba en mis recovecos intracraneales sin mayor dificultad. Para mi
alegría, elegí "El beso del ángel", que ha sido un grato descubrimiento.
"La sociedad literaria y del pastel de piel de patata de Guernsey", de
Mary Ann Shaffer
y Annie Barrows
Lo primero que me sorprendió de esta obra fue descubrir semejante delicia en el
género epistolar. No es un género que haya visitado a menudo, pero lo poco que
he conocido me ha parecido tremendamente tedioso. Sin embargo, las cartas aquí
se suceden de forma ágil y se convierten en diálogo y descripción al mismo
tiempo. Son la forma ingeniosa en que se nos presentan los personajes, a sí
mismos o a terceros, ya que aunque hay una protagonista no hay un narrador, y el
lector se crea su propia imagen de lo que lee a través de la vista de un
enjambre de personajes deliciosamente encantadores y disparatados.
Juliet Ashton
es una joven moderna, alocada, adelantada para su época y que se sale de los
cánones que se esperan de una señorita. Algo relativamente habitual en las
novelas, más aún si la protagonista se dedica a escribir. Pero lo que realmente
me fascinó fue su ubicación en un tiempo y lugar de posguerra, tras la Segunda
Guerra Mundial. Para Juliet el mundo es gris pero no deja de ser el escenario
para enamorarse de un vestido nuevo, para buscar la forma ideal de acomodarse su
cabellera rebelde y rizada o utilizar un pintalabios. Y es que el dilema del
consumismo se presenta incluso cuando tus adquisiciones dependen de una cartilla
de racionamiento. ¿Y qué decir de la soltura de Shaffer para introducir en cada
carta de Juliet un toque de incorrección, de descaro o incluso de comportamiento
infantil? Las cartas de Juliet son exquisitas.
No me gustaría hablar mucho sobre
el argumento, ya que quien lea esta novela podrá pensar que el hilo conductor es
uno u otro y yo saco mi propia lectura. Pero lo cierto es que de la idea inicial
de Shaffer de escribir una novela en torno a la isla de
Guernsey, que visitó tan solo durante unas horas y en condiciones bastante adversas,
pudo surgir como una pequeña luz que guió su mano y que tras un arduo trabajo de
investigación llegó a resultar en una novela de enrevesadas relaciones sociales,
cargadas de sentimientos y de personajes llevando sus pesadas "mochilas" a la
espalda. Porque una guerra no puede dejar a nadie indiferente.
Sin duda, el
trabajo de Annie Barrows ayudando a su tía, ya impedida en sus últimos días para
escribir, a corregir y finalizar la novela es encomiable. Pero el final de la
obra, las dos últimas cartas, el cambio del género epistolar al diario, cojea un
poco. Creo en cualquier caso que se puede perdonar, ya que de otro modo quizá
esta preciosa obra no habría visto nunca la luz.
"Chocheando y refunfuñando, vagaré por las calles con unos nabos patéticos en
una bolsa de redecilla y papeles de periódico dentro de los zapatos. Tú me
enviarás afectuosas felicitaciones de Navidad (¿verdad?), y presumiré ante los
desconocidos de que en cierta ocasión etuve a punto de comprometerme con
Markham Reynolds, el magnate editorial. Ellos negarán con la cabeza, como
diciendo: pobrecilla, está como una cabra pero es inofensiva."
"(...) daba
pena ver a aquellos soldados robando en los huertos, llamando a la puerta de
las casas para que les dieran las sobras. Un día vi a uno atrapar un gato y
golpearle la cabeza contra un muro. Acto seguido echó a correr escondiéndose
el animal en la guerrera. Lo seguía hasta que llegó a un prado. Allí lo
despellejó, lo coció en un cazo y se lo comió. Fue muy triste ver aquello.
Medio asco, pero a pesar de las náuseas pensé: Ahí está el Tercer Reich de
Hitler, saliendo a cenar."
"El beso del ángel", de Irene Gracia
No soy una persona especialmente interesada en las historias bíblicas sobre
dios, los ángeles o los demonios. Pero al leer en la contraportada la palabra
dioses, en plural, cerca de la palabra ángeles, esta novela picó mi curiosidad.
Y, muy acertadamente, me la llevé a casa.
Alguien vino un día de visita y ojeó
las primeras páginas, a lo que me dijo: "Este libro es muy raro". Yo aún no lo
había empezado y, sabiendo al visitante amante de las historias bíblicas y de la
iglesia en general, me picó aún más la curiosidad.
La primera historia se ubica
en Delfos, en el templo de Apolo, y trata sobre la vida alrededor del
oráculo, la vida de sacerdotes y pitonisas. Y la historia se centra en una de esas
pitonisas, en su origen, en su vida adivinando el futuro... salvo por el suyo
propio, trágica historia, que no quiso entrever cegada por el amor.
Esta
historia y todas las demás parten de la premisa de la existencia de los ángeles
y de la mortalidad de los dioses. Bebe de toda la tradición mediterránea primero
politeísta y después monoteísta, mezclando una y otra junto con saltos en el
tiempo a la hora de narrar la historia de Apolina, la de Ledo y después la de
Dionisio.
Con gran pesar llegué a la cuarta parte, dedicada a los ángeles
dionisíacos, no solo porque presentía cerca el final del libro sino porque
desgraciadamente el trabajo de corrección de la misma es bastante pobre. Hay
faltas de ortografía y otros verdaderos "despistes" (si es que se puede ser tan
amable con estos fallos). No sé si en ediciones posteriores esto se ha
corregido, espero que sí.
Aún así, destaco sin duda el nivel de
Irene Gracia a la hora de hacer
descripciones descarnadas, desgarradoras, crudas. Pero nada tienen que ver con
violencia o desagrado, sino más bien con mostrar la naturaleza tal como es, sin
rodeos, cargada de adjetivos pero adjetivos de lo cotidiano que al mismo tiempo
están llenos de fuerza y profundidad. Cada página es una delicia del sentir, de un abrumador lirismo.
"Me conocen como la abrasadora, porque mi mente quema tanto como mi piel,
pero soy Apolina, y sobreviví a la demencia de mi madre, que ya estaba loca
cuando me parió."
"Es la Luna la que esta noche habla a través de mi boca, no
el Sol de Apolo, no; es la Luna roja de Artemisa la que ahora te dice que te
alejes de mí y de mi sombra, porque hasta mi sombra quema; es la Luna que
protege a las madres y a las vírgenes la que te aconseja que vuelvas a tu casa
y te olvides de Delfos. Aquí solo te aguarda la aniquilación. Vete, corre,
vuela, hermosísimo mortal, y no mires atrás a partir de ahora."
"Danzad, cielos, danzad."
¿Danzad, danzad, malditos?