“Manolón y Miguelín”, de Joao Guimaraes Rosa
Lo más llamativo para mí de este libro, compuesto de dos
pequeñas novelas, ha sido la traducción. Creo que la traductora ha plasmado a
la perfección (y sin saber portugués de Brasil) el habla de las gentes de Guimaraes
Rosa. Además, el ritmo de la historia de “Miguelín” nos hace meternos
totalmente en la piel de un niño, en la vida en la selva… En cambio, el ritmo
de “Manolón” es mucho más lento, serio, y, aunque interesante, me atrajo
muchísimo más la primera historia.
"-“¡Adentro, niño! Que
te lleva el viento…” –“Ven a ver allá adelante, lo feo que viene, va a
derrumbar el mato…” Era Dito, llamándole. Los cocoteros, por encima del corral,
los cocoteros se encorvaban, se retorcían, las hileras de cocoteros viejos, que
se doblaban. El viento confuso: fiíf… fiíf… Silbaba en las hojas de los
cocoteros. Rosa pasaba, con un balde, que lo habían dejado al borde del corral.
Tres hombres en el cobertizo, cavadores, que habían venido a recibir alguna
paga en tocino, estaban queriendo decir que iba a ser como nunca nadie había
visto; estaban sin saber cómo volver a sus casas, diciendo que todo lo que iba
a pasar por allí; estaban medio-tristes, fingían estar medio-alegres. De
repente, sonó un estruendo. Que el viento quebró una rama del yenipapero del
corral y lo tiró junto a la casa."
“El camino cruel. Un viaje por Turquía, Persia y Afganistán
con Annemarie Schwarzenbach”, de Ella Maillart
Una historia más allá del viaje, donde llama la atención la
supuesta tranquilidad de dos mujeres que viajan solas por Oriente Medio y que
huyen de una Europa al borde de la catástrofe. Porque como libro de viajes, al
ser el primero que leo, quizá no lo he sabido apreciar. Pero como retrato de
una relación de amistad tortuosa y muestra de una vida de esas que nacen ya
marcadas, es un diez.
"A partir de aquel
momento, Cristina vivió un nuevo episodio del infierno particular que tan bien
sabía prepararse. Algunos pormenores que me dio a este respecto, me permitieron
comprender que el hambre o la pobreza son menos temibles que ciertas torturas
del alma."
"Simultáneamente se
veía desgarrada entre el deseo de esta vida intensa, que ampliaba el campo de
su conciencia, y el temor de que esta clase de existencia se le escapase.
Esclava de esta necesidad, aceleraba con impaciencia los procesos de la vida. Y
en el vacío que separaba dos oleadas de intensidad, se sentía de tal modo
dormida, que creía morir."
"- Usted sabe, como yo,
que el afgano de las montañas, el tibetano, el mogol, tienen dificultades – añadí
–. Pero no los atormenta nuestro afán lacerante de considerar de modo global la
miseria del mundo, cual si fuésemos Dios. En cuanto hemos gozado de alguna cosa
bella o buena, nos sentimos falibles, nos acordamos de que nuestros hermanos se
están matando entre sí en China, o que los hijos de nuestra lavandera están
demasiado pálidos y llevan ropas demasiado delgadas."
"La droga era siempre
el abandono, la huida ante el exceso de sensibilidad que me hace sufrir, el
deseo fatal de matar la vida. La droga es borrar el dolor y la alegría, la
tensión-manantial de la actividad humana."
“Las hormigas”, de Boris Vian
Cuando decidí leer esta recopilación de relatos y vi en la
contraportada que se hablaba del de Vian como un “universo surrealista”, sentí
bastante curiosidad. Aunque hay algunas historias que no me han parecido muy
entretenidas, como que no “enganchan” y parecen casi un puro ejercicio de
escribir con un propósito muy concreto, basado más en el artificio que en el
contenido, la mayor parte de ellas no son así. Para muestra, el comienzo del
relato que da título a la recopilación, “Las hormigas”.
"Llegamos esta mañana y
no hemos sido bien recibidos, pues en la playa no había nadie a no ser montones
de individuos muertos y montones de pedazos de individuos, tanques y camiones
destrozados. Llegaban balas un poco de todas partes, y a mí no me gusta tal
desorden así porque sí. Saltamos al agua, pero era más profunda de lo que
parecía, y resbalé sobre una lata de conservas. Al muchacho que estaba justo
detrás de mí le ha arrancado las tres cuartas partes de la cara el proyectil
que llegaba en ese momento, y yo me he guardado la lata de conservas como
recuerdo. He recogido los pedazos de su cara en mi casco y se los he entregado,
y él ha partido a hacerse curar. Pero ha debido equivocarse de dirección,
porque se ha adentrado en el agua hasta que le ha faltado pie, y no creo que
pudiera ver lo suficiente por el fondo como para no perderse."
"Estaba excitado hasta
tal punto que lancé un ladrillo contra la cabeza de Johnny, que acababa de
fallarle a uno y, actualmente, tengo dos nuevos dientes de menos. Esta guerra
no renta nada en lo que a dientes se refiere."
Por último, el gran descubrimiento de estos meses ha sido la
literatura africana. La primera novela por recomendación y la segunda, de
nuevo, porque la casualidad quiso que la biblioteca municipal la colocara entre
las recomendaciones del mes.
En ambos casos, se trata de las vidas de emigrantes
africanos, visiones del mundo (del que dejan y del que empiezan a conocer), de
sus familias (la de origen y la que formamos) y, también, historias de amor. El
amor incondicional, en cierto modo ese amor romántico y casi platónico, aquel
que hace a dos personas estar predestinadas. En ambas novelas se relata la
historia desde diversos puntos de vista: en “Americanah”, son ella y él quienes
nos cuentan cómo les ha ido emigrar a EEUU y cómo les ha ido volver a Nigeria; en
“Lejos de Ghana”, son ella y él los que cuentan su historia de emigración,
formación de familia y desintegración de la misma, sin olvidar, muy
importantes, las visiones de sus hijos. Añadiría que en el caso de “Americanah”
hay también una visión importante porque se da mucha importancia al componente
de la “raza”, algo con lo que yo no estaba familiarizada en absoluto y sobre lo
que he aprendido mucho.
“Americanah”, de Chimamanda Ngozi Adichie
"Alexa, y los demás
invitados, y quizá incluso Georgina, comprendían todos que se huyera de la
guerra, de la clase de pobreza que aplastaba el alma humana, pero no
entenderían la necesidad de escapar del letargo opresivo de la falta de
elección. No entenderían por qué las personas como él, que se habían criado sin
hambre ni sed pero vivían empantanadas en la insatisfacción, condicionadas desde
su nacimiento a mirar hacia otro lugar, convencidas eternamente de que las
vidas reales se desarrollaban en ese otro lugar, ninguna de ellas famélica, ni
víctima de violaciones, ni procedente de aldeas quemadas, estuvieran ahora
decididas a afrontar peligros, a actuar ilegalmente, para marcharse, ávidas
solo de elección y certidumbre."
"- Ese hombre no se
puede creer que quieras patatas de verdad – dijo Obinze en tono sarcástico –.
Para él, las patatas de verdad son un atraso. Recuerda que este es nuestro nuevo
mundo de clase media. No hemos completado el primer ciclo de prosperidad, no
hemos vuelto aún al origen, a beber leche de la ubre de la vaca."
“Lejos de Ghana”, de Taiye Selasi
"Los ibeji “gemelos” eran las dos mitades de un mismo
espíritu, demasiado grande para que lo albergara un solo cuerpo, y eran también
seres liminales, a medio camino entre lo humano y lo divino, a los que por
tanto cabía honrar e incluso venerar. Concretamente, el segundo gemelo – el
inconstante, el embaucador, menos fascinado por las cuestiones terrenales que
el primero – viene al mundo a regañadientes y permanece en él con gran
esfuerzo, pues echa de menos el reino espiritual. En la víspera de su
nacimiento y su conversión en dos cuerpos físicos, este segundo gemelo de
naturaleza escéptica le dice al primero: “Sal ahí fuera y averigua si el mundo
es un buen lugar. Si lo es, quédate. Si no lo es, vuelve.” El primer gemelo,
Taiyewo (del yoruba to aiye wo, “ver
y saborear el mundo”, Taiye o Taiwo en su forma diminutiva), obedece, abandona
el seno materno para emprender su misión de reconocimiento y el mundo le gusta
lo bastante para quedarse. Kehinde (del yoruba kehin de, “llegar el siguiente), al comprobar que su otra mitad no regresa, se
dispone a seguir los pasos de ésta para unirse a Taiyewo, dignándose así a
asumir la forma humana. De ahí que los yoruba consideren a Kehinde el mayor de
los gemelos: nacido en segundo lugar, pero más sabio y, por tanto, “mayor”."
"Tristeza, tensión,
ausencia, angustia, pero todos están enteros, tal como los alumbró, quizá no
del todo bien pero vivos, en este mundo, como peces en el agua, así estaban
cuando ella los parió (respirando y luchando), y con eso tiene suficiente.
Otras quizá no, cavila Fola, esas madres que rezan para que sus retoños alcancen
fama y fortuna, el amor con mayúsculas y la felicidad (madres mejores, muy
probablemente; pequeñas madres de sonrisa infalible, de ánimo incansable,
madres monovolumen), pero ella sí tiene suficiente, pese a que mataría,
mutilaría y moriría por cada uno de sus hijos, aun sabiendo que esa disposición
a morir tiene sus límites."