sábado, 17 de noviembre de 2012

MATERNIDAD 2: El embarazo

Llegado el día en que vimos las dos líneas rosas en nuestro test de embarazo y tras reconfirmarlo con un análisis, empecé a prepararme para la difícil etapa del embarazo.
Como siempre, todo el mundo me hablaba de lo horrible que es. De las náuseas, de los vómitos, del engordar... Tuve dos experiencias muy cercanas sobre lo terrible que es vivir un embarazo: una persona que se vio totalmente trastocada emocionalmente (y lo digo de verdad, quizá porque se había quedado embarazada después de un procedimiento hormonal brutal, la cuestión es que siempre andaba nerviosa, deprimida, malhumorada, agresiva...) y una persona que me dijo literalmente que “las mujeres que dicen que el embarazo es la etapa más bonita de sus vidas mienten; no es verdad, es ho-rri-ble, yo me sentía fatal”.
Así que, con estos “consejos” (porque cuando la gente te comenta este tipo de embarazos cree que te está ayudando) me enfrenté a mi primer trimestre de embarazo, el que se supone más fastidioso y lleno de síntomas.
Pues he de decir que es posible un embarazo sin náuseas ni vómitos. Jamás sentí una náusea y mucho menos vomité. Si acaso, por las tardes y sólo el primer mes, me mareaba y creía que me iba a dormir allá donde me sentase (sofá, silla, escalón... cualquier sitio era bueno). Tenía la impresión de llevar dos horas en el asiento trasero de un coche que circula por carretera de montaña (¡mi reino por una biodramina!), pero eso fue todo.
Es cierto que muchas embarazadas, un alto porcentaje, sienten esas náuseas y vómitos. Pero yo no. Y con esto no quiero regodearme en mi suerte, sino dar algo de esperanza a aquellas que creen que van a sentir estos síntomas sí o sí.
¿Cambios de humor? Sí.
¿Moqueo y congestión? Sí (de esto no se habla mucho, pero sí que lo tuve).
Sé que hay otros síntomas del primer trimestre, pero no los padecí.
Después van apareciendo otros que se deben, más que a los cambios hormonales, a los cambios físicos del cuerpo (la barriga que crece, el estómago que cambia de lugar, el útero que se hace enorme, las articulaciones que se relajan...).
Pero, aunque parezca obvio, muchos de estos síntomas puramente físicos (tan “sólo” dolor y cansancio en muchos de los casos) mejoran con una dieta sana y ejercicio. Parece el consejo fácil de los anuncios contra el colesterol, pero es absolutamente cierto.
Yo introduje en mi dieta la fruta y conseguí una sensación de energía que antes no tenía.
Y caminé cuanto pude, al menos mientras el calor no era asfixiante, y creo que debido a ello mis piernas no engordaron “tanto”. ¡Engordar es inevitable, es un embarazo!
Para marzo, tenía apenas la barriguilla de después de la comida de Navidad. Ya no me sentía cansada ni mareada ni somnolienta. De hecho, hice un viaje de trabajo en el que estuvimos inspeccionando una media de doce hoteles al día (en pie a las ocho de la mañana, cenando a las nueve; viendo zonas comunes y habitaciones de, repito, unos doce hoteles al día). Fue una auténtica paliza, pero estar embarazada no supuso ningún problema para mí. La pena fue no poder comer determinadas cosas, ya que durante el embarazo están prohibidos los embutidos y las carnes crudas (depende de si se ha pasado la toxoplasmosis pero, como no la había pasado...) y se aconseja evitar determinados alimentos (mayonesa casera fuera de casa, huevos poco hechos, pescado crudo, verduras y frutas crudas por si no se han lavado adecuadamente...). He de decir que, salvo los embutidos y las carnes crudas, el alcohol, el tabaco y los medicamentos, no hay nada prohibido durante el embarazo. Pero es bueno cuidar lo que se come; no hará un daño directo al feto, pero una intoxicación, infección, gastroenteritis u otros, que no se podrán, casi con total seguridad, tratar con medicamentos, pueden hacernos sentir realmente mal.
Y aquí me permitiré el único consejo que quiero dar para el embarazo... No fuméis. Personalmente, no llego a entender del todo lo de “es mejor fumar menos que dejar el tabaco y sufrir ansiedad”. La ansiedad se puede sufrir por muchas causas (yo lo sé), la mayor parte de ellas inevitables, y por ello tienes que aprender a cambiar tú para que esas cosas que no puedes evitar dejen de causarte ansiedad. Pero el síndrome de abstinencia es una causa absolutamente evitable que, con la debida voluntad, paciencia e incluso ayuda externa, tiene un principio y un final. Entiendo el caso de las mujeres que no planearon su embarazo y que se vieron incapaces de dejar la adicción (tomar pan con las comidas es un hábito o costumbre: fumar es una adicción), pero no entiendo a las que lo planifican y no planifican también dejar el tabaco. Habrá unas pocas que se queden embarazadas realmente rápido y no les dé tiempo, pero cuando he sufrido lo que se tarda en encontrar a ese bebé que se busca con tanto ahínco, sé que en la mayor parte de los casos dejar el tabaco a tiempo es una meta alcanzable.
En fin, cada uno es responsable de sus actos. Y, sí, por supuesto, también tienen cáncer de pulmón y bebés con malformaciones las no fumadoras... Todo es una cuestión de probabilidad, pero hay más probabilidades de sacar dos calcetines del mismo color del cajón cuando sólo tienes verde y rojo que cuando tienes también azul, rosa y amarillo.
Y, volviendo a la alimentación, no noté una gran diferencia con lo que antes comía. Eliminé de mi dieta los fritos “de freidora” (aunque me dijeron que no las tomara, seguí comiendo patatas fritas, me gustan demasiado; pero se acabaron las anillas de calamar, las crepes, las croquetas...), el sushi (por el cuidado que pudiesen poner los cocineros en el tratamiento del pescado crudo), el alcohol (no bebo cerveza con las tapas ni copas los sábados por la noche, pero sí que eché de menos la sangría en verano y, ahora, una copita de vino tinto...), las pizzas (por miedo a la mozzarela); añadí ingentes cantidades de fruta y aumenté las raciones de pescado que tomo a la semana; eliminé la pasta y el arroz hasta quedarme tan sólo con una ración semanal de una de las dos cosas y volví a las lentejas, garbanzos y otras legumbres.
He de decir que agradezco infinitamente haber tomado estas decisiones. No he vuelto a tomar fritanga de la mala (aunque no puedo resistirme a unas croquetas o a una tortilla de patatas caseras), tomo muchos menos hidratos que antes y más legumbres, frutas y verduras. Y añado proteínas de pescado, carne y lácteos cuando me apetece, eligiendo mucho mejor si hoy quiero un buen pescado al honor o un sabroso chuletón.
Y, volviendo (aún más atrás) a los síntomas del embarazo, me quedan los físicos.
Los calambres por la noche (que sí que los sufrí, llegando tres o cuatro noches a llorar del dolor) se pueden evitar (o al menos se puede disminuir su intensidad) con ejercicio y buenos estiramientos antes de acostarse. Me dieron entre mayo y junio, es decir, en el segundo trimestre.
El lumbago sí que me acompañó desde marzo aproximadamente, cuando aún no tenía barriga. Y me acompañó hasta el final. Pero no eché en falta poder tomarme un analgésico potente. Sí que intenté no forzar la espalda más de lo normal, ya que la columna estaba modificando su curvatura y el dolor era inevitable, pero tampoco era cuestión de pasarse de bruta (cuidado con hacer ejercicio que nunca antes has hecho o con seguir haciendo tareas de la casa que requieren un gran esfuerzo). Di las gracias por no padecer ciática.
En agosto, sobre la semana 34, sufrí de retención de líquidos. Sólo podía ir a trabajar en chanclas y las di de sí (en septiembre se me caían de los pies...); el tobillo desapareció completamente y sentía los dedos de las manos secos y doloridos, como cuando has cargado con demasiadas bolsas el día de la compra. Nunca he tomado mucha sal y ya tomaba bastantes líquidos; poco más podía hacer. Sinceramente, creo que la retención se debió, más que a mi actitud, al agosto tan caluroso que hemos padecido este año.
Después, sobre la semana 36, empecé a notar que la cadera me dolía bastante. El lumbago empeoró ligeramente y, cuando intentaba levantarme de la silla en la oficina para ir a coger un papel a la impresora, tenía que hacerlo despacio y acababa recorriendo los escasos seis metros cojeando. Tenía la sensación de que el fémur no encajaba donde le correspondía. Y, aunque la explicación es algo burda... efectivamente: mi cadera se había ensanchado y desplazado, ¡el fémur no sabía dónde se tenía que encajar! El dolor no era tan horrible como parece al explicarlo. No es una luxación de la articulación ni mucho menos. Pero cuando tienes diez kilos de más, un bebé que se mueve en la barriga, la curvatura de la columna aumentada, pies de pato y la cadera relajándose (junto con el resto de articulaciones del cuerpo) para permitir al bebé nacer con mayor facilidad, lo notas. La semana 38 comenzó mi baja. Así que estuve trabajando (trabajo en una oficina, 8 hrs sentada; no es recomendable estar tanto tiempo sentada, pero tampoco es peligroso para el desarrollo del bebé) hasta casi el último momento. Mi doctora me dio esa baja por lumbalgia, porque con esa barriga y esos dolores necesitaba descanso, pero yo siempre quise trabajar.
Y, bien, creía que no iba a dar muchos consejos (ni lecciones), pero supongo que está en nuestra naturaleza humana entrometida... ¡Ahí va otro! Viviendo como vivimos en el país de la apariencia, de la avaricia, del enchufismo y del trepismo, hago un llamamiento a las embarazadas sanas cuyos trabajos no interfieran en sus embarazos a que continúen trabajando. Un embarazo fácil, como el mío, sin riesgos propios ni sin riesgos laborales (trabajar de pie, trabajar con personas desequilibradas, trabajar manejando peso, trabajar con productos tóxicos...), es perfectamente compatible con el trabajo. Y mantenernos trabajando ayuda a que les den las bajas a todas esas mujeres que realmente lo necesitan, bien porque sus bebés peligren o porque puedan sufrir el menor tipo de daño trabajando y que requieran reposo. Recibí varios consejos de los de “échale cara y pide la baja”. Lo más triste fue tener que dar evasivas a esas personas... Porque no todo el mundo entiende que tengas unos principios y un fuerte sentido de la responsabilidad (para con tu trabajo y para con las embarazadas que realmente necesitan una baja y les cuesta conseguirla).
Así que mi embarazo fue ejemplar. Pocos síntomas y, los que tuve, perfectamente soportables. Trabajando casi hasta el último día (madrugar, tren, trabajo, comer fuera, trabajar, tren, mimos en casa) e inmensamente feliz.
Porque cuanto más iba avanzando la cosa más real se hacía.
Así que hablaré no sólo de los síntomas, de la alimentación y del trabajo, sino del feliz proceso de llevar galletas al trabajo para dar la noticia, de ver las ecografías, de saber cuál es el sexo de tu bebé, de oír que todo va bien...
Cuando vi la primera ecografía, al fin me convencí de que era cierto. Doce semanas. Doce semanas gestando, con una falta (o dos, nunca he llevado bien la cuenta con “las faltas”), pero sin llegar a creérmelo del todo. Cuando vimos esa imagen con forma, tan humana, con su cabecita y sus cuatro extremidades y, sobre todo, con un corazoncito que oímos latir, no pudimos evitar que se nos saltaran las lágrimas (yo) o llorar como una magdalena (él). Al fin estaba aquí. Al fin había llegado, para sellar nuestra larga relación de amor.
En la siguiente ecografía nos dijeron que era una niña. Así, a las claras. Una niña. Y mis compañeros me dijeron que yo era muy de niñas. Ciertamente, era lo que quería en el fondo de mi corazón. A todos se lo decía. Aunque también es verdad que en ese momento lamenté que no fuera niño. Supongo que, de alguna manera, lamentas que no pueda ser todas las cosas que podría, porque lo quieres todo a la vez. Necesitas experimentarlo absolutamente todo.
Y después, según me había comentado otra amiga (una amiga a la que aprecio un montón, porque con su ejemplo fui consciente de que no hay que dejar los sueños, ni las aficiones; ni dejar de trabajar, ni dejar de correr una media maratón; con su ejemplo fui consciente de que un embarazo puede ser algo precioso), sentí esos tintineos en el interior de la barriga. Ella me decía que notaba como si alguien diese leves golpecitos desde dentro; yo notaba como una pompa de jabón, muy sutil, explotaba. Pero las pompas de jabón dieron lugar a las volteretas y, más adelante, a las pataditas. ¿Lo más bonito? Notar que una niña pequeña se despereza dentro de ti, y notar sus extremidades rozando tus costillas y tu pubis
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