jueves, 27 de enero de 2022

"La sociedad literaria y del pastel de piel de patata de Guernsey" y otra delicia

Cada vez que retomo este blog me maravilla el siquiera acordarme de él, ya que cada vez el intervalo entre entradas (o entre la última entrada publicada y la enésima vez que lo retomo) va haciéndose más y más grande. Sea como fuere, poco importa. Quizá quede relegado a un espacio extra para mi perezosa memoria, que se empeña en borrar títulos, autores e incluso argumentos de mi cerebro. Alguna vez soy capaz de recordar una línea argumental, un abstracto detalle, pero no puedo recomendar una obra dado que no puedo acordarme de los detalles que posibilitarían al otro encontrarla en una tienda o en una biblioteca.
Además, esta pandemia a la que me niego a dedicar una entrada ha arrasado con mi capacidad de concentración. El metro, mi lugar preferido para leer y posteriormente para dibujar, ha desaparecido de mi rutina. Y mientras el dibujo ha supuesto para mí una actividad más valiosa que el sobrepublicitado mindfulness, la lectura no ha encontrado su hueco en mi nuevo caos diario.
No obstante, a finales de 2021 mi hermana me prestó la novela epistolar "La sociedad literaria del pastel de piel de patata de Guernsey", fui capaz de terminarlo y después me lancé a la biblioteca ávida de nuevas obras que alimentaran mi mente, mi imaginación, que me devolviesen el vocabulario que antes encontraba en mis recovecos intracraneales sin mayor dificultad. Para mi alegría, elegí "El beso del ángel", que ha sido un grato descubrimiento.

"La sociedad literaria y del pastel de piel de patata de Guernsey", de Mary Ann Shaffer y Annie Barrows

Lo primero que me sorprendió de esta obra fue descubrir semejante delicia en el género epistolar. No es un género que haya visitado a menudo, pero lo poco que he conocido me ha parecido tremendamente tedioso. Sin embargo, las cartas aquí se suceden de forma ágil y se convierten en diálogo y descripción al mismo tiempo. Son la forma ingeniosa en que se nos presentan los personajes, a sí mismos o a terceros, ya que aunque hay una protagonista no hay un narrador, y el lector se crea su propia imagen de lo que lee a través de la vista de un enjambre de personajes deliciosamente encantadores y disparatados.

Juliet Ashton es una joven moderna, alocada, adelantada para su época y que se sale de los cánones que se esperan de una señorita. Algo relativamente habitual en las novelas, más aún si la protagonista se dedica a escribir. Pero lo que realmente me fascinó fue su ubicación en un tiempo y lugar de posguerra, tras la Segunda Guerra Mundial. Para Juliet el mundo es gris pero no deja de ser el escenario para enamorarse de un vestido nuevo, para buscar la forma ideal de acomodarse su cabellera rebelde y rizada o utilizar un pintalabios. Y es que el dilema del consumismo se presenta incluso cuando tus adquisiciones dependen de una cartilla de racionamiento. ¿Y qué decir de la soltura de Shaffer para introducir en cada carta de Juliet un toque de incorrección, de descaro o incluso de comportamiento infantil? Las cartas de Juliet son exquisitas.

No me gustaría hablar mucho sobre el argumento, ya que quien lea esta novela podrá pensar que el hilo conductor es uno u otro y yo saco mi propia lectura. Pero lo cierto es que de la idea inicial de Shaffer de escribir una novela en torno a la isla de Guernsey, que visitó tan solo durante unas horas y en condiciones bastante adversas, pudo surgir como una pequeña luz que guió su mano y que tras un arduo trabajo de investigación llegó a resultar en una novela de enrevesadas relaciones sociales, cargadas de sentimientos y de personajes llevando sus pesadas "mochilas" a la espalda. Porque una guerra no puede dejar a nadie indiferente.

Sin duda, el trabajo de Annie Barrows ayudando a su tía, ya impedida en sus últimos días para escribir, a corregir y finalizar la novela es encomiable. Pero el final de la obra, las dos últimas cartas, el cambio del género epistolar al diario, cojea un poco. Creo en cualquier caso que se puede perdonar, ya que de otro modo quizá esta preciosa obra no habría visto nunca la luz.

"Chocheando y refunfuñando, vagaré por las calles con unos nabos patéticos en una bolsa de redecilla y papeles de periódico dentro de los zapatos. Tú me enviarás afectuosas felicitaciones de Navidad (¿verdad?), y presumiré ante los desconocidos de que en cierta ocasión etuve a punto de comprometerme con Markham Reynolds, el magnate editorial. Ellos negarán con la cabeza, como diciendo: pobrecilla, está como una cabra pero es inofensiva."

"(...) daba pena ver a aquellos soldados robando en los huertos, llamando a la puerta de las casas para que les dieran las sobras. Un día vi a uno atrapar un gato y golpearle la cabeza contra un muro. Acto seguido echó a correr escondiéndose el animal en la guerrera. Lo seguía hasta que llegó a un prado. Allí lo despellejó, lo coció en un cazo y se lo comió. Fue muy triste ver aquello. Medio asco, pero a pesar de las náuseas pensé: Ahí está el Tercer Reich de Hitler, saliendo a cenar."

"El beso del ángel", de Irene Gracia

No soy una persona especialmente interesada en las historias bíblicas sobre dios, los ángeles o los demonios. Pero al leer en la contraportada la palabra dioses, en plural, cerca de la palabra ángeles, esta novela picó mi curiosidad. Y, muy acertadamente, me la llevé a casa.
Alguien vino un día de visita y ojeó las primeras páginas, a lo que me dijo: "Este libro es muy raro". Yo aún no lo había empezado y, sabiendo al visitante amante de las historias bíblicas y de la iglesia en general, me picó aún más la curiosidad.

La primera historia se ubica en Delfos, en el templo de Apolo, y trata sobre la vida alrededor del oráculo, la vida de sacerdotes y pitonisas. Y la historia se centra en una de esas pitonisas, en su origen, en su vida adivinando el futuro... salvo por el suyo propio, trágica historia, que no quiso entrever cegada por el amor.

Esta historia y todas las demás parten de la premisa de la existencia de los ángeles y de la mortalidad de los dioses. Bebe de toda la tradición mediterránea primero politeísta y después monoteísta, mezclando una y otra junto con saltos en el tiempo a la hora de narrar la historia de Apolina, la de Ledo y después la de Dionisio.

Con gran pesar llegué a la cuarta parte, dedicada a los ángeles dionisíacos, no solo porque presentía cerca el final del libro sino porque desgraciadamente el trabajo de corrección de la misma es bastante pobre. Hay faltas de ortografía y otros verdaderos "despistes" (si es que se puede ser tan amable con estos fallos). No sé si en ediciones posteriores esto se ha corregido, espero que sí.

Aún así, destaco sin duda el nivel de Irene Gracia a la hora de hacer descripciones descarnadas, desgarradoras, crudas. Pero nada tienen que ver con violencia o desagrado, sino más bien con mostrar la naturaleza tal como es, sin rodeos, cargada de adjetivos pero adjetivos de lo cotidiano que al mismo tiempo están llenos de fuerza y profundidad. Cada página es una delicia del sentir, de un abrumador lirismo.

"Me conocen como la abrasadora, porque mi mente quema tanto como mi piel, pero soy Apolina, y sobreviví a la demencia de mi madre, que ya estaba loca cuando me parió."

"Es la Luna la que esta noche habla a través de mi boca, no el Sol de Apolo, no; es la Luna roja de Artemisa la que ahora te dice que te alejes de mí y de mi sombra, porque hasta mi sombra quema; es la Luna que protege a las madres y a las vírgenes la que te aconseja que vuelvas a tu casa y te olvides de Delfos. Aquí solo te aguarda la aniquilación. Vete, corre, vuela, hermosísimo mortal, y no mires atrás a partir de ahora."
"Danzad, cielos, danzad."
¿Danzad, danzad, malditos?