viernes, 27 de enero de 2006

Nuestro primo King Kong

Tras ver hace cosa de un mes la película “King Kong” (de Peter Jackson), ciertas reflexiones que habían estado siempre dentro de mí volvieron a resurgir.
La película me encantó (ya dedicaré una entrada a “Parque Jurásico”), me gustó muchísimo. Tiene ese aire de las películas antiguas (muy logrado), un buen cartel y una buena moraleja. Lo que no sé es si la moraleja es la misma para todos. Para los menos pensadores o que no les gusta mucho marear la perdiz, quizá se quede en “pobre animalito”.

De pequeña iba una vez al año al zoo, con la típica excursión del colegio, de todos los colegios de la C.A.M. Además, también iba de vez en cuando con mis padres y cuando venía mi abuela, pues es una buena excursión familiar, muy socorrida.
De pequeña me encantaba ir allí a ver todos los animales. Sobre todo, los tigres.
Pero había un animal al que tenía un miedo espantoso: el gorila. Los gorilas estaban (ahora no lo sé, hace años que no voy al zoo) en una jaula acristalada, como la mayoría de los “monos” y algunos felinos. Al principio, me acercaba al cristal a mirar para ver mejor a los animales. Pero cuando llegaba a la zona de los gorilas, me alejaba rápidamente. Entonces no sabía bien por qué, pero me asustaba cómo un gorila enorme fijaba sus ojos en los míos. Hoy, ya sé por qué era.
Desde fuera de la jaula, se veía a los gorilas pasear deprisa, cerca del cristal, como locos, mirando de vez en cuando a la gente. Y seguían dando vueltas y más vueltas. Pero había uno que se quedaba sentado, sin hacer nada, y me miraba. Supongo que nos miraba a todos, de uno en uno.

También vi el “remake” de “El planeta de los simios” (nunca he sido cinéfila, así que ahora que me llevan al cine, veo “remakes”). Aparte de la lamentable aparición de un simio hembra que parecía Michael Jackson (horrible maquillaje), no tengo queja de la película. Aún así, nunca estará entre mis preferidas.
Sin embargo, volví a darle vueltas a lo mismo.
En esta película, unos simios compraban una niña humana para que su hijita la tuviese metida en una jaula y, cuando le apeteciese, pudiera sacarla para jugar.
Después de ver películas así, no entiendo como hay gente que sale del cine pensando que es algo muy inverosímil y fantástico. ¿Qué les estamos haciendo nosotros a nuestros primos?

Hace un tiempo, vi un documental sobre la gorila Koko. Fue un documental magnífico en el que enseñaban lo inteligente que es un animal como el gorila, lo cerca que está de nosotros. Koko vive en California, en la Gorilla Foundation.
Koko se comunica empleando el GSL (Lenguaje de Signos de los Gorilas), una adaptación del lenguaje de los sordomudos. Y es que, incluso los gorilas que no viven en cautividad, tienen su propio lenguaje natural de gestos, por lo que aprender el GSL no fue difícil para Koko, como en un principio se temía. Ahora Koko emplea para comunicarse con sus cuidadores, su familia humana, unos 1000 signos: sabe cómo pedir jugar con muñecas, ver la televisión, dibujar o... jugar con gatos. Comprende unas 2000 palabras del lenguaje humano (inglés) y los resultados de sus test de inteligencia muestran un IQ (coeficiente intelectual) entre 70-95 en la escala humana (teniendo en cuenta que 100 se considera lo "normal"). Texto completo aquí.
En el documental, explicaban que a Koko le encantaban los gatos, de los que sabía por los cuentos. Su cuidadora le regaló uno, con el que jugaba. Pero el gatito murió atropellado y su cuidadora tuvo que darle la mala noticia. Koko entendió perfectamente lo sucedido, lloró la pérdida y quince años después de lo ocurrido se muestra triste al pensar en su gatito.
Al parecer, Koko entiende perfectamente un concepto como la muerte, aunque no se siente cómoda hablando de la suya propia.
Y se puede hablar de depresión cuando otro gorila, compañero de Koko, que también conocía el GSL, murió.

En abril del año pasado, una noticia conmocionó a gran parte de nuestro país.
Un chimpancé se había escapado del zoo de Valencia con su compañera y sus crías. En lo primero que pensé fue en la inteligencia de un animal que encuentra el momento idóneo para escaparse y organiza a su familia para hacerlo todos juntos. Seguidamente, me pregunté qué habría hecho mi padre si nos viésemos en la misma situación. Creo que es fácil responderme: habría hecho exactamente lo mismo. A costa de todo, incluso a costa de poder morir, como Coco, que es como se llamaba el chimpancé del zoo de Valencia.
Coco fue abatido a tiros por su peligrosidad. No entiendo por qué no con dardos tranquilizantes. ¿Era necesario matarlo?
Aún así, lo que empecé a preguntarme al poco tiempo es si es necesario tener a un animal inteligente retenido, encerrado, enjaulado, con una triste vida entre cuatro paredes.

Cuando murió Copito de Nieve, el gorila albino (su historia aquí), el especialista que más estudió a su lado dijo algo así como que en un futuro nos arrepentiremos de haber tenido a los simios encerrados.

En los siglos XIX y XX, los humanos eran exhibidos, encerrados, hacinados, esclavizados… Y todo con la excusa de la diferencia racial y de una “menor inteligencia”.
La vergüenza humana hoy en día es recordar esos días pasados en los que encerrábamos a nuestros propios hermanos.
¿Cómo llevábamos a los negros al nuevo continente, como si de mercancía se tratara?
¿Cómo encerramos a los judíos e intentamos exterminarlos?
Es la vergüenza de nuestra especie, pero quizá también llegue un día en que sintamos esa misma vergüenza por haber encerrado a animales inteligentes, nuestros propios primos, que tanto comparten con nosotros. Ya he hablado de la inteligencia del gorila, que comparte un 97,7% de nuestro ADN. Y los chimpancés comparten el 98,4%.
Los animales también merecen nuestro respeto. Y más un animal que siente igual que nosotros, que podría habernos convertido en muñecos de feria (como se le hizo a Joseph Merrick o “el hombre elefante”, por ejemplo) si la evolución sólo se hubiese desviado un poquito de nada. Habría bastado el aleteo de una mariposa para vernos tras un cristal, absolutamente sumidos en la tristeza, o en medio de un hábitat cada vez más reducido, huyendo de nuestra casa para evitar ser cazados, asesinados y vendidos.



El siguiente es un artículo de José Albelda (Professor Universitat Politècnica de València).

Koko, la protagonista de la cita anterior, es una gorila de 20 años de edad a la que alude Peter Singer –una de las máximas autoridades mundiales en lo que a ética animalista se refiere- para insistir en la necesidad de otorgar derechos básicos para los primates. Al margen de la similitud de sus nombres, existe una gran cercanía entre esta gorila socializada por los científicos y Coco, el chimpancé que murió abatido en el zoológico de Valencia hace pocos días. Las diferencias que separan a estos dos primates, la capacidad de comunicarse con los humanos a través de un lenguaje aprendido o ser de especies distintas, son mucho menores que lo que les une: la capacidad de ser autoconscientes, de amar, de sufrir, en un grado cercano a los humanos.
De hecho, los estudios en genética nos indican que compartimos con los chimpancés el 99% de nuestro material genético, y por lo tanto los humanos y los chimpancés somos genéticamente más próximos que, por ejemplo, los chimpancés y los gorilas. Las apariencias físicas a veces engañan. Pero los expertos en ética animalista y primatólogos como Jane Goodall, premio Príncipe de Asturias, tienen muy claro que deben ser tratados con un exquisito respeto, al menos por su proximidad a nosotros, es decir, incluso desde una postura antropocéntrica. Y como se trata de no engañarnos, de comenzar por no meter en el mismo saco a todos los animales –el chimpancé y el mosquito, por ejemplo- en lo que respecta a las consideraciones éticas de nuestra interacción con ellos, no debemos pasar página sin profundizar algo más sobre las circunstancias de la muerte de Coco.
En primer lugar, ante lo publicado sobre el suceso surgen varias preguntas. El director del zoológico insiste en defender la seguridad del recinto, sin embargo es la tercera vez que se produce un fuga de primates en el zoo de Valencia ¿Es esto seguridad? Y si, como han declarado expertos independientes, un chimpancé adulto puede ser agresivo ¿pueden aceptarse tres fugas, que ponen en peligro tanto a los animales como a los ciudadanos, sin exigir responsabilidades? Y ya que existen precedentes de fugas anteriores, ¿no pueden prever las autoridades del zoológico algo tecnológicamente más preciso que una cerbatana para los dardos tranquilizantes? Y si, como finalmente ocurrió, se decide utilizar balas ¿hace falta dispararle cuatro tiros necesariamente mortales? No lo sé, es arriesgado emitir juicios sobre acontecimientos tan rápidos y decisivos sin haberlos presenciado. Pero en cualquier caso se trata de un desenlace fatal donde indudablemente ha habido una mala gestión –reincidente- por parte de los responsables del zoológico.
Pero profundicemos algo más. Coco decide esta vez fugarse con toda su familia, su compañera y las cuatro crías, incluida una de menos de un mes. ¿No sería que no deseaba esa vida para la nueva cría, tras la experiencia de sus veintisiete años de reclusión? No lo sabemos, no podemos conocer lo que pensaba Coco, no podemos entrar en la mente de un chimpancé. Pero sí conocemos su nivel de desarrollo, hasta el punto en que es muy cuestionable que encerremos a seres tan autoconscientes de su privación de libertad. Y no caigamos en los tópicos de las bondades de los zoológicos en lo relativo a educación ambiental o preservación de especies en vías de extinción. Ya existen centros donde se cuidan y reproducen animales para reintegrarlos en su hábitat natural, no para mantenerlos confinados el resto de sus vidas.
El progreso más necesario en las sociedades humanas, el progreso ético, es lento. Antaño se exhibían humanos deformes en ferias y circos ambulantes. La gente pagaba por esa atracción sin ningún sentido de culpabilidad, porque culturalmente era admitido. Ahora ya no se hace. Hemos progresado. Quizás dentro de unos decenios nos resulte impensable mostrar primates en jaulas acristaladas.
La muerte de Coco se olvidará pronto, enterrada por muchas otras noticias de importancia. Mientras tanto, los ciudadanos que decidan seguir visitando el zoo contemplarán una familia de primates entristecida, porque como los humanos, recordémoslo, los chimpancés tienen capacidad de duelo y por lo tanto sufren cuando alguien muy allegado muere.


La noticia de Coco, el gorila que intentó huir del zoo en 20minutos y ELPAÍS.

Web de Proyecto Gran Simio.

“La idea es radical pero sencilla: incluir a los antropoides no humanos en una comunidad de iguales, al otorgarles la protección moral y legal de la que, actualmente solo gozan los seres humanos.”

Coco prefirió morir de pie a seguir viviendo arrodillado. Tras los hechos los familiares de Coco se asustaron y echarán de menos al padre de familia
Qué o quienes poseen derechos? Aquellos que tienen capacidad de elección. Coco eligió huir. Ya era la hora.
¿Ignoramos que tenemos delante a nuestros antepasados más cercanos?; Nos preguntamos si ese policía hubiera actuado de la misma manera ante un humano deseoso de gozar de su derecho a la libertad. ¿Le pudo el miedo, el nerviosismo y el desconocimiento ..?; ¿Coco sólo será un nombre más en la lista negra?; Ya está bien de tratar a nuestros parientes como objetos de diversión o bichos peludos que hacen `”monerías”.
Pistola en mano…; « ¡Qué barbaridad!, le han pegado cinco tiros al pobre mono... lo han dejado hecho polvo», aseguraba un empleado de la limpieza, que no se explicaba por qué no le habían dormido con un dardo antes que sacrificarlo. «No son tan malos como para matarlos», aseguraba una señora que había visitado el zoo con un niño pequeño. Hacía este comentario ante la barra del quiosco L'Alqueria, situado a las puertas del zoo, y cuyos camareros, que escucharon los disparos y estaban estupefactos por lo ocurrido, aseguraron que «se han escapado otras veces, pero nunca había acabado así... le han disparado todo el cargador de la pistola». «Me parece muy mal», sentenció la mujer…” se publica en El Levante (El Mercantil Valenciano)
Coco murió innecesariamente acribillado a tiros; no era un criminal, no iba armado. Era un padre de familia, con esposa y cuatro hijos. Su crimen fue buscar una vida mejor para su familia, buscar la libertad para sus hijos nacidos entre rejas. Llevaba 27 años encerrado sin ser culpable de nada y finalmente unas balas asesinas le dieron la ansiada libertad que ya nadie le podrá robar. Murió acribillado delante de su familia... Se llamaba Coco y era un chimpancé.
Coco, un chimpancé esclavo-prisionero empleado de la Administración, prestaba su obligado servicio a cambio de comida. Antes de ser encerrado en la jaula hace 27 años, ya trabajo esclavizadamente en un circo. Alejado de su hábitat, era contemplado detrás de los barrotes del mundo “moderno” y “civilizado”.

1 comentario:

hide dijo...

hola, hace tiempo yo tambien vi el documental sobre coco y me fascinó, la verdad es que ando buscandolo por todas partes, me gustaria enseñarselo a una persona, y bueno nose ni el titulo del documental ni nada que me facilite encontrarlo, si sabes algo de el podrias enviarmelo?, gracias