domingo, 22 de enero de 2006

“Antígona” de Sófocles o la primera heroína griega

En otra (porque de nuevo hago referencia a mis asignaturas) maravillosa asignatura de la carrera, esta vez de libre configuración, pude por fin estudiar Mitología Griega con una profesora.
Acostumbrada como estaba a los libros de Homero y a los diccionarios mitológicos, me pareció increíble poder estudiar mitología de una forma ordenada y algo más lógica. Y, lo que es más, aprender de una persona que lo sabía TODO.
Tuve una muy buena profesora, que tenía pocas asignaturas en la universidad, con lo que las que se había dejado (porque tenía funciones en el Decanato) debían de ser las que más le entusiasmaban. Así, las clases eran un disfrute continuo y, sobre todo, un respiro después de horas y horas de clases de japonés.
La asignatura fue “Transmisión mítica en la literatura occidental”. Dedicada a la mitología griega y a cómo sus mitos y personajes fueron reelaborados por escritores occidentales posteriores (desde romanos hasta Unamuno).
Una asignatura entretenida, interesante, explicada de forma muy amena y construida entre toda la clase. La dinámica de clase era sencilla: la profesora exponía un mito griego, leíamos un texto en casa y al día siguiente comparábamos el texto con el original griego.
En el examen final, sabíamos una de las preguntas: “¿Cuál ha sido tu obra preferida y por qué?” Cómo no, fue Antígona.

Para explicar un poco quién es Antígona, empezaré por Edipo.
Es muy conocido lo de “complejo de Edipo” pero, ¿por qué este dicho?
Layo supo por el oráculo de Delfos que sería su hijo (aún no había nacido) quien acabase con su vida y quien, además, acabaría casándose con su esposa, Yocasta, y teniendo hijos con ella. Para evitar ese destino, Layo abandonó a su hijo en un monte, atado por los pies (por eso “Edipo”, que al parecer – yo no sé griego – significa algo así como “pies hinchados”). Pero Edipo fue rescatado por unos pastores y criado por el rey de Corinto, de modo que sobrevivió.
Con los años, Edipo conoció, también por un oráculo, que mataría a su padre y se uniría con su madre. De ese modo, quiso alejarse de Corinto, temiendo que serían sus padres adoptivos (los únicos que conocía) a los que se refería el oráculo. Durante su viaje, se encontró con un carruaje y, tras una discusión y la consiguiente reyerta, mató a su ocupante. Se dirigía a Tebas, ciudad amenazada por la esfinge. También es muy conocido el acertijo que ésta enunciaba a los que visitaban la ciudad. Éstos, al no ser capaces de descifrarlo, eran eliminados por ella. “Qué animal tiene cuatro pies por la mañana, dos a mediodía y tres por la noche?” Pero Edipo halló la respuesta: “El hombre”. Así, la esfinge fue derrotada. Como premio, Edipo desposó a la reina viuda de Tebas y decretó que cuando se encontrase al culpable que había acabado con la vida del rey, este sería exiliado. Con su esposa, Edipo tuvo cuatro hijos: Antígona, Ismena, Eteocles y Polinices.
Con el paso del tiempo, Edipo descubrió la verdad: el hombre que había matado de camino a Tebas había sido el mismo rey de la ciudad, Layo. Y él no estaba casado sino con su viuda, Yocasta, que a su vez era su madre. Así, pues, se cumplió la profecía del oráculo.
Al conocer la verdad, Edipo se arrancó los ojos.
Para cumplir su decreto, Edipo se exilió de Tebas.
Fue precisamente su hija Antígona quien lo acompañó al exilio, haciéndole de lazarillo.

Pero en “Antígona”, Sófocles la convierte en la protagonista de una tragedia. La convierte en una mujer valiente que se enfrenta al poder basándose en sus creencias y defendiendo sus derechos.

Sófocles escribe a mediados del siglo V a.C., en la época de Pericles, de los sofistas y de la guerra del Peloponeso.
Sófocles escribió durante la democracia radical de Pericles. Esta democracia radical que llegó a penas a su máximo apogeo cultural y artístico, acabaría siendo su propio fin. La época de los sofistas o la ilustración ateniense coincide con la época de esplendor de Sófocles y de Eurípides. Los sofistas creían en la razón humana y en el hombre como centro del universo. Pericles, que intenta aplicar las ideas sofistas a la política diaria y también al expansionismo (con la guerra del Peloponeso), hace que el estado ateniense suplante todas las acciones que antes eran responsabilidad de la familia y del individuo: la razón de estado prevalece sobre la de la familia o el individuo. Esto choca mucho con los intelectuales del momento; aunque los
sofistas son de esta opinión, otros, como Sófocles, no lo son.
A Sófocles le preocupan fundamentalmente tres temas:
- La familia.
- El individuo.
- La relación entre los hombres y los dioses.
Casi siempre acaba postulando que el estado no debe suplantar las ideas de la familia y del individuo. Además, hay ciertos ritos y tradiciones familiares en las que el estado no debe tomar ningún papel (tal es el caso de los ritos funerarios).
Además, frente a los sofistas que dicen que el hombre es el centro del universo, Sófocles dice que los dioses están por encima del hombre, por lo que el hombre habrá de ajustarse a las leyes divinas y con moderación.

Sófocles escribe “Antígona” y la presenta al concurso anual de tragedias. La obra ganadora lo era por votación popular, por aplausos, aunque se decía que en época de Pericles estaba amañado. En este concurso teatral, “Antígona” recibió el primer premio, a pesar de que a Pericles no le gustó en absoluto.
Lo primero que llama la atención en esta tragedia de Sófocles es que reciba el nombre de una mujer y que precisamente sea una mujer la protagonista. Estamos ante un cambio en el concepto de héroe: aparecen las heroínas. Antígona antes de esta obra sólo era conocida por pertenecer a la familia de Edipo y por haber acompañado a éste a su exilio.

El dilema que se le plantea a Antígona es que, aún sabiendo que se ha prohibido bajo pena de muerte que se entierre a Polinices, se trata de su hermano, y ella debe cumplir con una obligación familiar y religiosa. Si un muerto no es enterrado, su espíritu vagará sin descanso.

Personalmente, lo que más me llamó la atención de la obra fue el diálogo entre Antígona y Creonte y el magnífico equilibrio entre los dos personajes.
Aunque me siento bastante identificada con la personalidad de Antígona, mientras leía la obra no dejaba de pensar que Creonte tenía sus razones para haber prohibido el entierro de Polinices y para verse obligado a castigar a Antígona. Creonte ha llegado legítimamente al poder y ha decretado muerte para quien entierre al traidor Polinices. Su interés es, como gobernante, el de la ciudad, y este interés está por encima incluso de la familia.
Creonte es la parte más racional y Antígona la sentimental (al modo de ver más actual), aunque ellos creen que son razones puramente lógicas las que los mueven a actuar. Sin embargo, los dos exigen que el otro acepte sus motivos y no están dispuestos a ceder ni un ápice.

El punto álgido de la obra, con un diálogo de enorme interés y tensión, es el momento en que Antígona es presentada ante Creonte como la persona que enterró a Polinices.
El enfrentamiento de Antígona y sus palabras me parecen impresionantes, aunque también es cierto que llega a ser soberbia y egoísta cuando se convierte en heroína. Su hermana Ismena quiere compartir su castigo, la muerte, pero Antígona no quiere que lo haga, ya que no la apoyó desde un principio; además, Creonte llega a arrepentirse de lo que ha hecho, pero Antígona no se arrepiente en ningún momento.
Aquí presento parte de este diálogo, las partes que me gustaron más y que leí con más atención.

“CREONTE.
Y, así y todo, ¿te atreviste a pasar por encima de la ley?
ANTÍGONA.
No era Zeus quien me la había decretado, ni Dike, compañera de los dioses subterráneos, perfiló nunca entre los hombres leyes de este tipo. Y no creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para permitir que solo un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cuándo fue que aparecieron. No iba yo a atraerme el castigo de los dioses por temor a lo que pudiera pensar alguien: ya veía, ya, mi muerte –y cómo no?—, aunque tú no hubieses decretado nada; y, si muero antes de tiempo, yo digo que es ganancia: quien, como yo, entre tantos males vive, ¿no sale acaso ganando con su muerte? Y así, no es, no desgracia, para mi, tener este destino; y en cambio, si el cadáver de un hijo de mi madre estuviera insepulto y yo lo aguantara, entonces, eso si me sería doloroso; lo otro, en cambio, no me es doloroso: puede que a ti te parezca que obré como una loca, pero, poco mas o menos, es a un loco a quien doy cuenta de mi locura.”

“ANTÍGONA
¿Qué esperas, pues? A mi, tus palabras ni me placen ni podrían nunca llegar a complacerme; y las mías también a ti te son desagradables. De todos modos, ¿cómo podía alcanzar más gloriosa gloria que enterrando a mi hermano? Todos éstos, te dirían que mi acción les agrada, si el miedo no les tuviera cerrada la boca; pero la tiranía tiene, entre otras muchas ventajas, la de poder hacer y decir lo que le venga en gana.”

Al final de la obra, las leyes naturales están totalmente trastocadas: Creonte no deja enterrar a un muerto y hace enterrar viva a Antígona.

“ANTÍGONA.
¡Ay tumba! ¡Ay, lecho nupcial! ¡Ay, subterránea morada que siempre más ha de guardarme! Hacia ti van mis pasos para encontrar a los míos. De ellos, cuantioso número ha acogido ya Perséfona, todos de miserable muerte muertos: de ellas, la mía es la última y la mas miserable; también yo voy allí abajo, antes de que se cumpla la vida que. El destino me había concedido; con todo, me alimento en la esperanza, al ir, de que me quiera mi padre cuando llegue; sea bien recibida por ti, madre, y tú me aceptes, hermano querido. Pues vuestros cadáveres, yo con mi mano los lavé, yo los arreglé sobre vuestras tumbas hice libaciones. En cuanto a ti, Polinices, por observar el respeto debido a tu cuerpo, he aquí lo que obtuve... Las personas prudentes no censuraron mis cuidados, no, porque, ni se hubiese tenido hijos ni si mi marido hubiera estado consumiéndose de muerte, nunca contra la voluntad del pueblo hubiera sumido este doloroso papel. ¿Que en virtud de qué ley digo esto? Marido, muerto el uno, otro habría podido tener, y hasta un hijo del otro nacido, de haber perdido el mío. Pero, muertos mi padre, ya, y mi madre, en el Hades los dos, no hay hermano que pueda haber nacido. Por esta ley, hermano, te honré a ti mas que a nadie, pero a Creonte esto le parece mala acción y terrible atrevimiento. Y ahora me ha cogido, así, entre sus manos, y me lleva, sin boda, sin himeneo, sin parte haber tenido en esponsales, sin hijos que criar; no, que así, sin amigos que me ayuden, desgraciada, viva voy a las tumbas de los muertos: ¿por haber transgredido una ley divina?, ¿y cuál? ¿De qué puede servirme, pobre, mirar a los dioses? ¿A cuál puedo llamar que me auxilie? El caso es que mi piedad me ha ganado el título de impía, y si el título es valido para los dioses, entonces yo, que de ello soy tildada, reconoceré mi error; pero si son los demás que van errados, que los males que sufro no sean mayores que los que me imponen, contra toda justicia.”


Antígona” en Ciudad Seva, de donde he sacado estos fragmentos.

Sófocles y el drama griego” en Nueva Acrópolis.

Opiniones sobre “Antígona” en la Biblioteca Católica Digital.

Escritos sobre el personaje de Antígona. Más enlaces.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estoy haciendo un trabajo sobre Antígona :) estudio Historia. y gracias por los enlaces