miércoles, 30 de enero de 2013

Saramago pensador

Leyendo los Cuadernos de Saramago y ciertas noticias en internet, descubro facetas del pensador en las que coincido plenamente.
Vaya por delante que la primera de sus frases que suscribo es: "He aprendido a no intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro". Así que esta entrada es más bien una forma de dejar de salir mis pensamientos a borbotones; mis pensamientos y también mis dudas, sin más interés que dejarlos plasmados en algún sitio. No pretendo convencer a nadie como no quiero que me intenten convencer a mí de nada, aunque me encanta escuchar.
Esta entrada surge de la lectura de la siguiente afirmación de Saramago:
“Un animal no puede defenderse; si tú estás disfrutando con su dolor, disfrutando con la tortura, te gusta ver como está sufriendo ese animal...entonces no eres un ser humano, eres un monstruo”.
También lo comparto.
Respeto a los vegetarianos y veganos, a cuyas páginas me ha llevado la búsqueda de muchas ideas de Saramago. Pero no comparto totalmente sus creencias.
Aún así, me considero una defensora de la dignidad animal.

No puedo ver corridas de toros, aunque tampoco puedo negar haber asistido a una de ellas. Sí, lo hice, y calculo que debía de tener unos ocho años. ¿Me asusté? ¿Me horrorizó? No lo recuerdo. Después de ver corridas de toros en la televisión cada vez que había “fiesta” (mi abuelo las veía con asiduidad, aunque no le recuerdo nunca pisando una plaza de toros y, por otro lado, en aquel entonces sólo había dos canales de televisión), tampoco creo que viese asistir a este espectáculo como algo anormal. Ni chocante. Pero hoy en día sólo recuerdo mi estupor al ver que los baños portátiles consistían en un plato de ducha con desagüe (no los había visto nunca en España hasta entonces) y mi miedo al pensar que la plaza de toros portátil podría desarmarse al mínimo movimiento del público, desplomándose todas las chapas como un castillo de naipes sobre el que uno sopla. ¿Presté algún tipo de atención al toro o a los toreros? No lo sé...
Si bien ahora mismo la tauromaquia es legal en España, soy de las que creen que la emisión de corridas de toros en la franja infantil es una barbarie. Sí, igual que la emisión de programas del corazón en los que los tertulianos no se guardan ningún tipo de respeto. Que el canal A haga las cosas mal no debería ser el motivo para que el canal B también lo haga.
Hoy en día, como digo, no asistiría a una corrida de toros bajo ningún concepto.

 “El gozo y el disfrute no consisten en matar al animal y distribuir los filetes entre los más necesitados. Pese al desempleo, el pueblo español se alimenta bien sin favores de esos. El gozo y el disfrute tienen otro nombre. Cubierto de sangre, atravesado de lado a lado por lanzas, tal vez quemado por las banderillas de fuego que en el siglo XVIII se usaron en Portugal, empujado al mar para que allí perezca ahogado, el toro será torturado hasta la muerte. (...) El pueblo es feliz mientras el toro intenta huir de sus verdugos dejando tras de sí regueros de sangre. Es atroz, es cruel, es obsceno. (...) ¿Qué importa que una ciudad haga de la tortura premeditada de un animal indefenso una fiesta colectiva que se repetirá, implacablemente, al año siguiente? ¿Es esto cultura? ¿Es esto civilización? ¿No será simple barbarie?”

No estoy de acuerdo, en absoluto, con la afirmación de “para eso se crían” o “si no hubiese corridas de toros el toro de lidia se habría extinguido”. Hay muchos animales en peligro de extinción a los que no se tortura para usar esa misma tortura (declarada bien de interés “cultural” en Madrid, para vergüenza de los que aquí vivimos) como excusa, como aquello que hay que agradecer.
Si a algunos pudiese ofender mi repulsa a la mal llamada “fiesta nacional” (porque ya cada vez son menos los que sienten esta barbarie como motivo de festejo), al menos entiendan, como escribía Saramago, mi “honesta confesión de incapacidad para entender la fiesta”.
¿No se nos hiela el corazón al ver la mirada del toro, extenuado, cuyo final está tan cerca?
Escribía Saramago: “Cuando era pequeño, la palabra reparar, suponiendo que ya la conociera, no sería para mí un objeto de primera necesidad hasta que un día un tío mío (...) me llamó la atención sobre una cierta manera de mirar de los toros que casi siempre, lo comprobé después, se acompaña por una cierta manera de levantar la cabeza. Mi tío decía: “Te ha mirado, cuando te miró, te vio, y ahora es diferente, es otra cosa, está reparando”. Esto es lo que le conté a Luis, que inmediatamente me dio la razón, no tanto, supongo, porque lo hubiera convencido, sino porque la memoria lo hizo recordar una situación semejante. También un toro que lo miraba, también ese gesto con la cabeza, también ese mirar que no era simplemente ver, sino reparar.”
Sobre la mirada del toro escribió también Gala: “Mugía el toro de dolor, bramaba de dolor, llenaba el aire, clamaba al cielo en vano. Los peones lo mareaban con los capotes. Y de repente miró hacia mí, con la inocencia de todos los animales reflejada en su rostro, pero también con una imploración. Era la querella contra la injusticia inexplicable, la súplica frente a la innecesaria crueldad.”
 
Y escribí yo en otra entrada: “Desde fuera de la jaula, se veía a los gorilas pasear deprisa, cerca del cristal, como locos, mirando de vez en cuando a la gente. Y seguían dando vueltas y más vueltas. Pero había uno que se quedaba sentado, sin hacer nada, y me miraba. Supongo que nos miraba a todos, de uno en uno.”
Y es que al seguir leyendo a Saramago encuentro algunas otras coincidencias: el circo, el zoo.
He ido al circo. He ido al zoo. He ido a espectáculos con animales. Y los he disfrutado.
Hoy en día, me encuentro en la tesitura no ya de no ir a zoológicos o circos, porque lo tengo bastante claro, sino en la de dejar que mi hija vaya. Todos los colegios organizan excursiones al zoo. Todos los niños quieren ir.
¿Cómo explicar a un niño lo que se oculta detrás de esos animales y de los espectáculos con monos, con delfines y otros animales? Es curioso o incluso bello ver los espectáculos con animales, pero cuando maduras empiezas a ser consciente de la mínima calidad de vida de esos animales e incluso de los duros castigos a los que son sometidos para su aprendizaje. ¿Merece la pena ese sufrimiento para mostrarnos un par de piruetas? No, no lo merece. Y ellos no lo merecen.
¿Cómo asegurarse de que cuando visitamos un zoológico o un parque los animales reciben los cuidados necesarios? ¿Cómo asegurarse de que no han sido capturados para su exposición?
“Si yo pudiera, cerraría todos los zoológicos del mundo. Si yo pudiera, prohibiría la utilización de animales en los espectáculos de circo. No debo ser el único que piensa así, pero me arriesgo a recibir la protesta, la indignación, la ira de la mayoría a los que les encanta ver animales detrás de verjas o en espacios donde apenas pueden moverse como les pide su naturaleza. Esto en lo que tiene que ver con los zoológicos. Más deprimentes que esos parques, son los espectáculos de circo que consiguen la proeza de hacer ridículos los patéticos perros vestidos con faldas, las focas aplaudiendo con las aletas, los caballos empenachados, los macacos en bicicleta, los leones saltando arcos, las mulas entrenadas para perseguir figurantes vestidos de negro, los elefantes haciendo equilibrio sobre esferas de metal móviles. Que es divertido, a los niños les encanta, dicen los padres, quienes, para completa educación de sus vástagos, deberían llevarlos también a las sesiones de entrenamiento (¿o de tortura?) suportadas hasta la agonía por los pobres animales, víctimas inermes de la crueldad humana. Los padres también dicen que las visitas al zoológico son altamente instructivas. Tal vez lo hayan sido en el pasado, e incluso así lo dudo, pero hoy, gracias a los innúmeros documentales sobre la vida animal que las televisiones pasan a todas horas, si es educación lo que se pretende, ahí está a la espera. Se podrá preguntar a propósito de qué viene esto, y responderé ya. En el zoológico de Barcelona hay una elefanta solitaria que se está muriendo de pena y de las enfermedades, principalmente infecciones intestinales, que más pronto o más tarde atacan a los animales privados de libertad. La pena que sufre, no es difícil imaginarlo, es consecuencia de la reciente muerte de otra elefanta que con la Susi (este es el nombre que le pusieron a la triste abandonada) compartía en un más que reducido espacio. El suelo que pisa es de cemento, lo peor para las sensibles patas de estos animales que tal vez tengan todavía en la memoria la blandura del suelo de las sabanas africanas. Sé que el mundo tiene problemas más graves que estar ahora preocupándonos con el bienestar de una elefanta, pero la buena reputación de que goza Barcelona comporta obligaciones, y ésta, aunque pueda parecer una exageración mía, es una de ellas. Cuidar a Susi, darle un fin de vida más digno que verla acantonada en un espacio reducidísimo y teniendo que pisar ese suelo del infierno que para ella es el cemento. ¿A quién debo apelar? A la dirección del zoológico? ¿Al ayuntamiento? ¿A la Generalitat?”

1 comentario:

LaTeX dijo...

Muy buena tu entrada yo tambien comparto mucho de lo que dice Saramago. Te invito a visitar mi blog, http://amantesdelabiologiaylaciencia.blogspot.com/