lunes, 14 de enero de 2013

Hung

Esta serie llegó a casa por casualidad, no estamos seguros ni de quién nos la recomendó. La cuestión es que es altamente recomendable.
Sólo tiene tres temporadas y, sinceramente, yo creo que la quitaron por presiones, por falta de audiencia, por falta de presupuesto o lo que fuese, pero en ningún caso porque los creadores quisieran que acabase. La tercera temporada tiene un final semiabierto: bien podría ser el final o bien podría ser el principio de nuevas peripecias.
Si alguien empieza a verla después de leer este comentario, ya no se llevará la sorpresa... Pero lo que nos impactó fue el contenido del primer capítulo, ya que ni sabíamos cuál era el argumento de la serie ni quién nos la había recomendado (así que no sabíamos ni sus gustos, ni la opinión de esa persona sobre los nuestros ni nada de nada). Tampoco sabíamos lo que quería decir “hung” coloquialmente hablando.
Esta serie es la historia de un profesor de instituto que, divorciado, acuciado por las deudas, a punto de perder su casa por un incendio y, finalmente, despedido por culpa de los recortes, se ve obligado a tomar medidas drásticas para rehacer su casa y para sobrevivir. Ray.
Es la historia de una mujer con alma de poeta que tiene, como casi todo hijo de vecino, que trabajar en una anodina oficina para poder ganarse el pan. Obviamente, haciendo algo que no le aporta nada a su vida. Tanya.
Ray y Tanya se reencuentran en un curso para hacerse millonario, de esos que nadie se traga que funcionen pero también de esos acerca de los que todos nos hemos preguntado alguna vez... ¿y si funciona? Y se reencuentran porque se conocieron en el instituto donde trabajaba Ray cuando Tanya fue a dar unas clases sobre poesía. Ni qué decir tiene que acabaron acostándose y que ésto hace que choquen durante el curso.
En el curso aprenden que tienen que concebir una idea de negocio que parta de un don especial y propio, que les aporte satisfacción y, sobre todo, que les haga ganar dinero. Tanya piensa en su poesía y se le ocurre crear galletitas con un poema dentro. Ray... no tiene ningún talento, ¿o sí? Todas las mujeres le dicen que tiene el pene muy grande y, bueno, el sexo es una industria realmente potente. ¿Y si se prostituyera? Todos sus problemas acabarían...
Del cruce del potencial de Ray con la inventiva de Tanya, surge un negocio prometedor.
En él meterá mano Lenore, una ex compañera de trabajo de Tanya que es todo lo opuesto a ella: guapa, segura de sí misma y triunfadora en el mundo laboral. Pero, además, mala persona.
 
La originalidad de esta serie va más allá de la pareja de instituto que llega a matrimonio (Ray y Jessica, la estrella de béisbol y la jefa de animadoras), de la chica popular que deja a su marido por un dermatólogo rico pero repelente, de los hijos absolutamente friquis que tiene la pareja (el hijo gótico que duda si es homosexual y la hija con sobrepeso que prácticamente odia a su madre porque cree que no la acepta)... Todos estos argumentos podríamos encontrarlos en Wisteria Lane, pero no la prostitución. La prostitución no tiene cabida en Fairview.
La prostitución, sin embargo, aparece en numerosas series y películas, pero con Hung es distinto. No sólo porque es él quien se prostituye, sino porque es ella la proxeneta. No sólo eso, sino que diríamos que Tanya es una “proxeneta con escrúpulos”.
Independientemente del papel de Jessica, la ex mujer, o de Lenora, la femme fatale, lo que a mí me ha gustado más es la pareja que forman Ray y Tanya.
Él es un hombre perfecto, cuarentón, que se mantiene gracias a que entrena a los chicos del instituto y corre; le falta el dinero pero no las ganas de vivir y recuperar su vida anterior y el cariño de sus hijos. Ella es una mujer llena de complejos e histerismo, que viste mal, que se peina mal y que no es capaz de hacer el mal aunque se lo proponga.
Él acabará acostándose con una ex alumna que, igual que las demás, le paga por hacerlo. Ella acabará acostándose con un chulo de los de verdad, de los que pegan, amenazan y maltratan.
El negocio se basa en la visión de Tanya, más o menos un mundo femenino y feminista, en el que reivindica la necesidad de emociones en el negocio del sexo pero también la posibilidad de llamar vulva, con todas las letras, a la vulva. Lo que empieza con entrevistas privadas con las posibles clientas acaba en un taller de sexualidad en el que sutilmente se muestra el producto (Ray y, después, también Jason).
Y Ray, consecuentemente, tiene que aprender de Tanya, una mujer neurótica, lo que piensan / pensamos las mujeres.

Le preguntan a Jane Adams, en una entrevista, qué le parece que las mujeres paguen por sexo.
“Los hombres y las mujeres tenemos parecidas necesidades, pero es más frecuente que los hombres las hagan públicas. Me hace muy feliz que la serie hable de esas necesidades femeninas. Que se sepa que a nosotras también nos gusta el sexo. Y que, si no te interesan los tipos de tu edad, muchas pueden recurrir a los jóvenes.”
Efectivamente, no se trata realmente de pagar por sexo. Se trata de que las mujeres tienen unas necesidades que la sociedad, compuesta por hombres (que no quieren escuchar o entender) y por mujeres (que sienten vergüenza de hablar), tiene totalmente enterradas.
Las mujeres que Tanya capta y que al final recurren a Tanya son muy variopintas. Sí, necesitan sexo, quieren sexo, pero, como dice Ray, “son distintas”. Y, como dice Charlie, el medio novio proxeneta de Tanya la proxeneta, “¿no trabaja para hombres? son los hombres los que dan dinero”.
Ray aprende a hablar a las mujeres, pues el sexo con mujeres es sexo más palabras.
Ray aprende a escuchar a las mujeres, pues el sexo con mujeres es sexo más palabras.
Ray aprende a jugar con las mujeres (la mujer policía que se acuesta con el ladrón, esposado y a veces golpeado; la mujer que finge conocer al hombre de su vida cuando pincha una rueda en la carretera; la mujer que quiere llegar al final y “dejar” a su puto como la dejó a ella su novio).
Ray aprende a enseñar a las mujeres, pues el sexo con mujeres es sexo y miedo. Miedo a disfrutar, a dejarse llevar, a decir lo que de verdad se quiere.
Me sorprende que una serie así haya llegado tan lejos en Estados Unidos. O quizá es un prejuicio que tengo yo con Estados Unidos y el puritanismo. Pero aquí se ven muchas tetas y mucho vello púbico y eso, en Roma, que fue otro país y otra época, está bien, ¿pero hoy, con gente normal, de la calle, con hijos, con familia? Me sorprende, sí.
Sea como fuere, si alguien quiere reírse de las penas de esta vida (divorcios, hipotecas, trabajos alienantes) no hay mejor manera de hacerlo que Hung.
Y, quizá porque la serie no continuó, no hemos tenido que presenciar cómo los dos protagonistas, hombre y mujer, de una serie tan buena se enamoran y acaban juntos. ¡Basta ya de este cliché que ha estropeado tantas y tan buenas series!

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