martes, 22 de noviembre de 2011

De pasada, sobre Rosario y Milagros

En mi interés por seguir conociendo la literatura española, le ha tocado el turno a Elvira Lindo.
¿Por qué más literatura española? Porque si bien soy una acérrima defensora del doblaje en el cine y en la televisión, me decanto por la versión original en el caso de la literatura. La pena es que en aquellos casos en los que por temas culturales (la cultura está sin duda también en nuestro lenguaje) la traducción no parece fiel al original, es precisamente cuando no puedo leer la lengua del autor (y digo esto sin entender el original pero por conocer la cultura). Así que he llegado a la determinación de leer en español (lógicamente), inglés y francés siempre que mis limitaciones me lo permitan.
¿Por qué ahora Elvira Lindo? Por circunstancias del azar. Porque una antigua compañera la conoció en Kobe, porque leí un
artículo suyo tremendamente interesante sobre los teléfonos móviles y las nuevas tecnologías, porque es la autora del magnífico “Manolito Gafotas”…
Así que la oportunidad me la dio
Libro Express, el sistema de préstamo gratuito del tren de cercanías de Madrid. La verdad es que es un sistema sencillo y automático que funciona como cualquier biblioteca y para el que ni siquiera es necesario registrarse: basta con el DNI.

El libro que he leído se titula “Una palabra tuya” y fue publicado en 2005.
La novela fue galardonada con el XIX Premio Biblioteca breve y, si bien en un principio no supe valorar el mérito por el que la novela había sido premiada, al poco de avanzar en sus páginas me di cuenta del motivo.
Podría decir que son dos cosas las que más he valorado en esta novela (además de argumento, personajes, etc.): el lenguaje y la ironía. Porque siempre me gusta ver en los libros algo más que una historia.
Le preguntaban a Elvira Lindo, en uno de esos
encuentros que organizan los periódicos, “¿No te preocupa escribir de forma tan corriente, tan de mesa camilla? ¿No tienes miedo a que te llamen la terelu de la escritura?” Y ella responde, con absoluta franqueza: “Pues, la verdad, me parecería una falta de respeto, porque a mí escribir con naturalidad me cuesta bastante trabajo. A lo mejor es que tú lo consideras muy fácil. En ese caso, hazlo tú también, si es tan fácil supongo que podrá hacerlo cualquiera.”
Aunque creo que hay un trasfondo de cabreo en la respuesta de Lindo, comparto totalmente su opinión. Uno puede escribir tal como habla y, en primer lugar, no entenderse en absoluto lo que dice (hay que valorar las comas, los puntos…). Pero, en segundo lugar, el lenguaje de la calle tiene un valor que hay que apreciar. El vocabulario, los dichos, la forma en que se expresa la persona que tiene unos determinados estudios, trabajo, costumbres… Conocer el lenguaje y las expresiones de cada estrato social, de cada región, ¡hasta de cada familia! Todo ello tiene un valor incalculable y no es sólo buen escritor aquel que sabe utilizar rimbombancias estilísticas y palabras que nos piden acudir al diccionario. Escribir con un lenguaje natural tiene la dificultad per se de lo que puramente se refiere a transcribir, pero además tiene la dificultad adicional de conseguir que lo que uno cree natural quede natural en el papel.
“Las cosas adquirieron esos tonos que a mí me parecen celestiales porque son los tonos con los que estaban coloreadas las ilustraciones del libro de catequesis”.
Creo que el recurso de la ironía dota también de un gran valor a la novela. La forma en que se intercalan comentarios, se terminan argumentos que creíamos que iban a ir por otro camino… Cada uno en su tiempo, es como la expresión que he leído en “Tormento”, de Galdós, y que tanto me ha gustado: “consideraba esto tan absurdo como si los bueyes volaran en bandadas por encima de los tejados, y los gorriones, uncidos en parejas, tiraran de las carretas”.
Escribe Lindo:
“- Eso no es así, los amigos de verdad te dicen, sube cuando quieras.
- Pues no, a mí me gusta decidir cuándo quiero que suban los amigos.
- Hija, qué independiente eres, pareces americana”.
“¿Era yo ese monstruo poseído por Satán, con un pene diminuto, que deseaba la muerte de su hermana?”
Sobra decir que el final de esta obra, tan dramático, no me ha dejado indiferente. Es algo que me encanta de las novelas que he leído en los últimos tiempos y que me hace buscar más de lo mismo (¿por qué no buscar más de lo mismo cuando a uno le gusta?). Pero, por una vez, no lo contaré aquí, sería demasiado “destripar”.

Y, escribiendo esto, me he enterado, además, de que se llegó a rodar una película con Malena Alterio (Rosario) y Esperanza Pedreño (Milagros) como protagonistas, lo que me parece un reparto estupendo. Habrá que verla, a pesar de las críticas tan dispares que he podido leer.

Después he leído “
Lo que me queda por vivir”, de 2010, y después de leer “Una palabra tuya”, tan natural, tan visceral… Me temo que sea por eso que no he disfrutado tanto esta otra novela, a pesar del valor que tiene. Por ser totalmente distinta. Esto es: un nuevo punto a favor de la autora.
“No está educada para compartir la infelicidad; ha sido informada por su madre, por tantas otras mujeres, de que, una vez que la insatisfacción se expresa, comienza a pisarse un terreno pantanoso que no conduce a ninguna parte.”

No hay comentarios: