viernes, 2 de julio de 2010

“Prometeo encadenado”

Así se llamaba la obra de Esquilo que leí en la universidad.

Pero me gustaría aprovechar para comentar lo que más me ha gustado de las obras completas que he leído hace poco, aparte del interés que suscitó en mí la obra sobre el titán Prometeo.

En primer lugar leí la obra “Los persas”, sobre el ataque del ejército de Jerjes a Grecia, que fue la primera pieza teatral sobre un episodio histórico y no sobre uno mitológico, que era el habitual tema central. Este ataque que muchos ya conoceríamos, aunque en una versión bien distinta, por la película de “300”. Ahora me gustaría saber si se inspiró Frank Miller, de alguna forma, en aquella tragedia. Lo que sí es cierto es que no soy la única que se lo ha planteado.

Comenta Carlos García Gual la posibilidad de que “en estos tiempos en los que la Historia del mundo antiguo y los grandes textos del mundo clásico parecen haber quedado bastante marginados de los estudios habituales, estas películas sobre antiguos héroes y batallas casi míticas pueden actuar a modo de curioso reclamo, porque el mundo que evocan en sus imágenes es espectacular e intrigante. Tal vez a algunos espectadores les muevan, por curiosidad, a contrastar sus imágenes en la lectura de los textos originales.” Eso es lo que espero yo cuando en casa cuento las historias que leo en el teatro griego, como si fuesen cuentos, pero creo que realmente debe de tener su interés el relato oral porque no he visto hasta ahora ningún acercamiento al papel.
Este es un tema muy interesante que merecería desarrollarse, pero no es éste el momento.

No sólo por lo que al cine se refiere, sino por todos aquellos sectores que muchas veces son denostados como entretenimiento barato o incluso nocivo (léase videojuegos, juegos de rol, etc.). Sin embargo, considero que como entretenimiento, para empezar, tienen un gran valor y, además, en algunos casos cumplen esa función de reclamo de la que hablaba García Gual.


Las obras de las que quería hablar aquí realmente son las que componen la Orestíada (trilogía sobre la figura de Orestes). Se ve que me pierden las historias de familias atormentadas por la tragedia y la culpa heredada…
En este caso, Esquilo escribe “Agamenón”, “Coéforos” y “Euménides”.


Tal como lo describen aquí, la primera trata de cuando “el rey Agamenón regresa al hogar desde Troya y es asesinado a traición por su infiel esposa Clitemnestra”. Yo no lo definiría tan categóricamente. Cierto que Agamenón fue asesinado a traición por su esposa, que lo ahogó mientras lo bañaba después de haber tendido alfombras por el palacio para que entrara el héroe de Troya.

Pero yo añadiría la palabra “infiel” delante de la palabra “rey”, para hacer la ecuación más equilibrada y al mismo tiempo más verdadera. Según he podido leer, hubo una época en la que igual que los crímenes de guerra eran considerados un derecho intrínseco a la victoria en la guerra la infidelidad no era realmente algo reprobable. Ni para ellos ni para ellas. Y si bien a mí me parece reprobable, lo es tanto para él (el esposo) como para ella (la esposa). He aquí una de las primeras razones por la que me parece tan enriquecedora la Orestíada: la lectura de esta obra se puede hacer desde diferentes prismas, según sea el momento y el lugar donde se lee. Así, el autor lo escribió en una época por unas razones y ahora nos gusta o disgusta por estar en otra época y entender distintas razones.

Parece que en la web citada, de algún modo (aunque sea involuntario), se critica la actitud de Clitemnestra. Sin embargo, su figura ha sido estudiada a lo largo de la historia y sin duda es por las opiniones encontradas que genera su actitud.Así comienza un artículo muy interesante de Guadalupe Lizárraga:

“El prestigio de Clitemnestra es el prestigio del mal. No es cualquier prestigio. No se trata de la reputación de la bruja de los cuentos de hadas a quien nos enseñan a temer desde niños y nos hace sufrir con sus intenciones maléficas. Tampoco es la célebre femme fatale, esa irresistible amante vestida de encajes negros, devoradora de virtudes masculinas. Menos aún, goza de la admiración que produce el horror de la muerte vengada a sangre fría, pues Clitemnestra no es a la mirada antigua la madre sufriente que asesina para reivindicar la memoria de su hija sacrificada. El prestigio de Clitemnestra es el prestigio urdido en una paradoja. Su fama es proporcional al odio que suscita su existencia.”
Me atrae la figura de Clitemnestra como en su día me atrajo la de Antígona.

Clitemnestra lucha contra la injusticia, en este caso, la cometida contra su hija Ifigenia. Esta hija fue sacrificada por su padre, el rey de Micenas Agamenón, porque era este el único modo de terminar con Troya. Se olvidó de esto, al parecer, Electra, la otra hija, la que sobrevivió, la que azuzaba a su hermano Orestes en Sófocles para acabar con la vida de su madre.

Clitemnestra puede verse también amenazada por el fin de su relación extramatrimonial (aunque Agamenón se trae a la princesa de Troya, Casandra, como concubina) o por el fin de su mandato en el palacio y la ciudad. Sin embargo, no es esto lo que parece transmitir Esquilo en su obra.

“Clitemnestra: Vas a oír esta sacra ley de mis juramentos: ¡por la justicia, cumplida con mi hija, por la Ruina y la Erinis, en cuyo honor he degollado a éste, ningún barrunto de miedo va a pisar mi casa mientras Egisto siga encendiendo el fuego de mi hogar, si me es fiel como antaño! Pues éste es el escudo no pequeño de mi valor. Aquí yace el que mancilló a esta mujer, él deleite de las Criseidas al pie de Ilión, y ésta es su esclava, su adivina y compañera de lecho, su fiel concubina decidora de oráculos, conocedora por igual de los bancos de los marineros. Ambos han obtenido lo que se merecen: el así, ella, en cambio, yace tras haber entonado cual cisne su lamento postrero de muerte, ella, su amante, y a mí me ha reportado un condimento para sazonar mi lecho.”


Respecto a “Coéforos”, no despertó tanto mi interés puesto que ya había leído la historia en la obra de Sófocles.

No obstante, es muy interesante la tensión que sufre Orestes, hijo del asesinado, hermano de la asesinada e instado por su otra hermana a vengar la muerte del padre. Por si no fuera poco el verse envuelto en una tradición familiar de asesinatos, el mismo dios Apolo le ordena cumplir la venganza en la figura de su madre. Por ello, tras matar a Egisto, el amante, mata también a su madre. Seguir las instrucciones del dios o las de Electra no le hace sentirse orgulloso de sus actos y acaba preso de la locura.

“Clitemnestra: ¡Ay de mí! Comprendo las palabras de tu enigma. Con dolos moriremos, como precisamente matamos. ¡Que alguien me dé rápidamente un hacha matadora de hombres! Veamos si vencemos o somos vencidos. Hasta aquí he llegado en mi desgracia.”
“Clitemnestra: Parece que vas a matar a tu madre, hijo.
Orestes: Tú te vas a matar a ti misma, no yo.
Clitemnestra: ¡Mira, guárdate de las perras vengadoras de una madre!
Orestes: Mas a las de mi padre, ¿cómo escaparé si renuncio a esto?”
“Clitemnestra: ¡Ay de mí! Tras haberla parido crié esta serpiente. En verdad el terror de mis sueños fue sumamente adivino.
Orestes: Mataste a quien no debías. Sufre ahora lo que no se debe.”

Me parecen palabras de una gran fuerza: “las perras vengadoras de una madre”, “crié esta serpiente”, “sufre ahora lo que no se debe”. Todos actos contra natura, intrínsecos de una familia envuelta en la culpa que pasa de generación en generación y que se ensaña en su propio círculo más íntimo.


Por último, lo que me parece el clímax de la trama, aparecen en escena las Erinias, “las perras vengadoras”. Además, en este caso, son el coro. Quizá esto esté presente en otras piezas, pero es la primera vez que lo leo y me ha parecido impresionante el efecto que causa un coro que actúa, que obedece, que atosiga, no un coro que sigue la acción de los personajes principales casi como mero espectador (los ciudadanos, los marineros, los etcétera).

Las Erinias me ponen los pelos de punta. Me las represento como mujeres de caras pálidas pero de piel oscura, con ojeras, con largos vestidos negros, harapientos de arrastrarlos allá donde van persiguiendo a su víctima. La piel reluciente, sudorosa, goteando sangre de otros por los codos, con los dedos largos y huesudos, las uñas largas y bonitas pero de un color macilento.“A nosotras al nacer esta suerte fatal nos fue encomendada, apartar nuestras manos de los inmortales, ninguno toma parte con nosotras en el banquete. De peplos blancos privadas, sin derecho a ellos fui creada. Elegí la destrucción de los hogares. Cuando Ares doméstico a un pariente mata, contra éste, ¡oh!, lanzándonos aunque sea fuerte, igualmente lo debilitamos con sangre reciente. Mas, porque nos aprestamos a eximir a otros de esta preocupación, a hacer que los dioses no tengan que cumplir las plegarias que se nos hacen, a que no tengan que instruir causa, Zeus tuvo por indigna de su compañía a esta raza odiosa que gotea sangre. Las glorias de los hombres, aun las muy respetadas bajo el éter, desvaneciéndose bajo tierra, se consumen sin honor ante nuestros asaltos de negros vestidos y las danzas odiosas de nuestro pie. (…) Y cuando cae, no lo sabe por su loco extravío. Tal es la oscuridad que la mancha hace volar sobre el hombre y tenebrosa niebla por su casa vocea la fama de muchos gemidos. Éstos son nuestros intereses, buenas en urdir y en cumplir, rememoradoras de males, augustas e inexorables para los mortales, rechazadas por nuestro oficio no honrado, separadas de los dioses en ciénaga sin sol, en rocas impracticables, iguales para los que ven y para lo ciegos. ¿Qué mortal, pues, no respeta y tema esto, cuando oye mi ley fijada por el hado, otorgada por los dioses para su cumplimiento? En mí hay un antiguo privilegio y no estoy sin honores, aunque tenga bajo tierra mi puesto y en tinieblas sin sol.”

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