miércoles, 10 de junio de 2009

Paella de paillettes

Allá por 2005 leí un artículo muy interesante del magazine de El Mundo titulado “
Abecedario de tendencias”.

En el mismo se definen una serie de términos relacionados con la moda que, después de años de lectura, pueden parecer de lo más corriente pero que no lo son. Al fin y al cabo, se trata de un vocabulario específico de un tema tan diario (¿qué me pongo hoy con este frío que se ha levantado?) como ajeno (¿qué es eso de “godet”?). Por supuesto, palabras como “ballena” no tienen el mismo significado para un zoólogo que para un sastre... Y que uno conozca esas dos acepciones no significa que cualquier persona las tenga que conocer.
En casa, ya todos sabemos la diferencia del cuello barco, el cuello halter y el palabra de honor. Me atrevería a decir que casi todo el mundo conoce el origen del nombre del último escote (“el vestido no se te cae, palabra de honor”), pero la mayoría llamábamos al cuello halter “atado al cuello”. Y eso es lo que es, pero parece más entendido hablar de halters...

¿Para qué sirve este vocabulario? Pues, bien, creo que tiene más funciones que la de alimentar mi curiosidad.
Por ejemplo, si necesito meter en la maleta a última hora un vestido para las vacaciones, puedo dar una explicación mucho más concisa que “el vestido rosa con chirrifús” y se me entiende: “el vestido rosa de raso, con estampado geométrico, escote palabra de honor y corte imperio”. Parece mentira, pero en casa ya se me entiende. Y puede que cuando digo semejante frasecita suene a chino y en un primer momento cree confusión, pero “el vestido rosa con chirrifús” ya ha dejado de ser “el vestido fucsia con cinturón y manga francesa”.
Porque también es muy importante reconocer que hay más colores que los siete del arco iris o, ¡ni siquiera eso!, que hay más colores que los tres colores primarios. Lo sé, suena muy recursi escribir en el Scattergories “con la k, color” “klein, azul”. Pero yo distingo ese color y sé nombrarlo... Así, si vas de boda y tu amiga te lleva el bolso y te lo da en la puerta, no te encuentras con que entre vestido, zapatos, chal y bolso llevas toda la gama de verdes, desde el esmeralda hasta el aceituna... Pero esto en casa todavía no lo “vemos” todos.

Puede que con estas cosas dé la risa. Ay que ver en las cosas tan tontas que reparo...
Curiosamente, estando un día leyendo en la cama una revista oigo a mi respectivo hablar por teléfono y decirle a un amigo “El Halo 3 es un must have de la 360”. ¡Vaya, vaya, vaya! Así que suena ridículo que “los estampados tribales son el must have de la temporada” pero con el Halo 3 suena distinto...

Aquí entro también al uso del inglés que se hace en el mundo de la moda (y, cada vez más, muy a mi pesar, en cada rincón de nuestras vidas). Strass, cardigan, trench, legging, halter... Sin embargo, en cuanto una se habitúa a este tipo de palabras ya le suena casi vulgar utilizar “pedrería” o “mallas” en lugar de “strass” o “legging”. ¿Y todo por qué? Porque entonces lo fashion, las shopaholic, las celebrities, las trendsetters, los blogs, los outfits... Todo deja de ser cool.
Respecto al francés, creo que se utiliza por lo general para palabras más relacionadas con la sastrería y el diseño que con la moda como fenómeno de masas. Tenemos los bolsos baguette, el bustier, el culotte, las faldas de corte evasé...

Para mi desgracia y futura frustración, pensé que tendría suerte con el japonés. Quizá, al tratarse de revistas, con menos textos y más imágenes, me sería más fácil o al menos más esperanzadora la lectura, porque podría pasar de página (no como me ocurre con las novelas). Al menos, en el manga esto es lo que me ocurría (pero el manga no me gusta demasiado, al menos el que yo he tenido a mi alcance).
Cuando mi compañera me trajo una revista japonesa de moda, creí que se debía a que era una revista japonesa y que por eso me costaba tanto avanzar en la lectura. Y es que las revistas japonesas no se parecen tanto a las revistas que vemos en España; tienen una estructura distinta y una forma de presentar las imágenes también diferente. Por ejemplo, en las páginas centrales se presentaban varias prendas “comodín” que utilizaban para crear diferentes looks (ojo, que lo moderno es decir outfits) y que aparecían a lo largo de toda la revista. De alguna forma, estaba viendo la Venca en formato InStyle.
Pero una amiga me traería de unas vacaciones en Japón un regalito:
la revista Elle en japonés. El formato, totalmente occidental (así como las modelos, incluso para anuncios de cremas Shiseido...). Pero tampoco podía leer apenas los pies de las fotos. Elegí para leer el artículo sobre la primera colección de Kate Moss para TopShop, pero fue imposible. Me agotaba la aglomeración de katakana, apenas separadas las palabras por una simple partícula... Faltaban los verbos, los sujetos y sobraban las palabras japonesizadas. Lo que en un primer momento creí que iba a ser un aliado se convertía en un enemigo.
Es relativamente fácil descifrar los anglicismos en el japonés porque existen unas reglas más o menos sencillas para transcribir las palabras inglesas en katakana. Por ejemplo, las palabras terminadas en consonante, se transforman en una sílaba terminada en O o U (dessert = デサート, denim = デニム, bed = ベッド). Pero, si se trata de un nombre, ya cuesta más encontrar el significado del katakana: Kate Moss = ケート・モス.

Ni que decir tiene que no conozco las reglas para transcribir el francés al japonés, con lo que la locura era ya absoluta.
En las revistas españolas también me pierdo con los términos franceses. Sin ir más lejos, tuve que buscar la palabra “paillettes” en el diccionario. ¿No les sonaba bien a los que fijan este vocabulario ni “lentejuelas” por sonar alimenticio – los guisos parecen reñidos con el mundo de la moda – ni “sequins”? Pero creo que esta es una de esas palabras que, por caerme en gracia, no voy a olvidar. Paillettes. Pailletes. Pailletes.

Voy a transcribir a continuación un diálogo de la novela “
La de Bringas” de Benito Pérez Galdós. En él se da precisamente este uso del francés del que hablo para el mundo de la moda. El personaje narrador lo transcribe como si se tratase (y para mí también se trata de eso) de un lenguaje inexpugnable.

(...) Las dos hablaban en voz baja para que no se enterase Bringas, y era su cuchicheo rápido, ahogado, vehemente, a veces indicando indecisión y sobresalto, a veces el entusiasmo de una idea feliz. Los términos franceses que matizaban este coloquio se despegaban del tejido de nuestra lengua; pero aunque sea clavándolos con alfileres, los he de sujetar para que el exótico idioma de los trapos no pierda su genialidad castiza.
ROSALÍA. - (Mirando un figurín.) Si he de decir la verdad, yo no entiendo esto. No sé cómo se han de unir atrás los faldones de la casaca de guardia francesa.
MILAGROS. - (Con cierto aturdimiento, al cual se sobrepone poco a poco su gran juicio.) Dejemos a un lado los figurines. Seguirlos servilmente lleva a lo afectado y estrepitoso. Empecemos por la elección de tela. ¿Elige usted la muselina blanca con viso de foulard? Pues entonces no puede adoptarse la casaca.
ROSALÍA. - (Con decisión.) No; escojo resueltamente el gros glasé, color cenizas de rosa. Sobrino me ha dicho que le devuelva el que me sobre. El gros glasé me lo pone a veinticuatro reales.
MILAGROS. - (Meditando.) Bueno: pues si nos fijamos en el gros glasé, yo haría la falda adornada con cuatro volantes de unas cuatro pulgas; ¿a ver?, no; de cinco o seis, poniéndolo al borde un bies estrecho de glasé verde naciente... ¿Eh?
ROSALÍA. - (Contemplando en éxtasis lo que aún no es más que una abstracción.) Muy bien... ¿Y el cuerpo?
MILAGROS. - (Tomando un cuerpo a medio hacer y modelando con sus hábiles manos en la tela las solapas y los faldones.) La casaca guardia francesa va abierta en corazón, con solapas, y se cierra al costado sobre el tallo con tres o cuatro botones verdes... aquí. Los faldones... ¿me comprende usted?, se abren por delante... así... mostrando el forro, que es verde como la solapa; y esas vueltas se unen atrás con ahuecador... (La dama, echando atrás sus manos, ahueca su propio vestido en aquella parte prominentísima, donde se han de reunir las vueltas de los faldones de la casaca.) ¿Se entera usted?... Resulta monísimo. Ya he dicho que el forro de esta casaca es de gros verde y lleva al borde de las vueltas un ruche de cinta igual a la de los volantes... ¿qué tal? ¡Ah!, no olvide usted que para este traje hace falta camiseta de batista bien plegadita, con encaje valenciennes plegado en el cuello... los puños holgaditos, holgaditos; que caigan sobre las muñecas.
(...)
ROSALÍA. - (Quitando y poniendo telas y retazos para comparar mejor.) Se me ocurre una idea para la camiseta de este traje. Si escojo al fin el color cenizas de rosa... (Deteniéndose meditabunda.) ¡Qué torpe soy para decidirme! El figurín... (Recogiendo todo con susto y rapidez.) Me parece que siento a Bringas. Son un suplicio estos tapujos...
MILAGROS. - (Ayudándola a guardar todo atropelladamente.) Sí; siento su tosecilla. Ay, amiga, su marido de usted parece la Aduana, por lo que persigue los trapos... Escondamos el contrabando.


Por último, me he acordado de un articulito que escribió Espido Freire en el diario gratuito ADN.
Y es que me trae a colación otro tema muy presente en la moda: las siglas.
Tenemos, como claros ejemplos, SJP y LBD. El primero, como suele venir acompañado de alguna foto de la mentada (Sarah Jessica Parker) se puede descifrar enseguida. Pero LBD tuve que buscarlo. Se trata del “little black dress”, un básico que no puede faltar en ningún armario.
Y recuerdo ese artículo de Espido Freire porque hablaba del gusto por lo negro de las adolescentes. Por su elegancia y nocturnidad, pero añado yo que también por todos los complejos de las adolescentes que hemos querido disimular con el negro.
A los quince dominaba las leyes ópticas de la moda: el uso de las rayas verticales para estilizar, las horizontales para dar volumen. Los colores que combinaban entre sí, con independencia de que la pasarela mezclara grises y pardos, y rojos y amarillos. Las hombreras, los rellenos, los cortes que emplazaban la cintura en la posición adecuada y más favorecedora. Como a todas las mujeres, me habían convencido de que el negro era el color más elegante, y me unía a las que convertían los bares de los sábados en reuniones lúgubres de chicas enlutadas.
¿Es elegante el LBD o es una reminiscencia adulta de esos conjuntos absolutamente negros que pretendían ser a la vez reclamo y escondite?

1 comentario:

Camila dijo...

Todo lo que provenga de la cultura Oriental me encanta, y por eso disfruto de comer en un restaurante japones, cada vez que puedo. El sushi es mi comida favorita, y si pudiera comeria ello todos los días