viernes, 10 de abril de 2009

Respeto, respeto y respeto

Tuve un profesor en el colegio del que mis compañeros se reían porque, cada vez que alguien insultaba, gritaba o hacía algo indebido en clase, cerraba los ojos y decía: “respeto, respeto y respeto”.
Ahora lo recuerdo casi como una letanía fantasmagórica, pero ojalá que hubiese calado en esas cabecitas medio huecas aún.

Las veces que veo “
Aída” (ahora que no está Carmen Machi ya no es lo mismo y creo que en breve la abandonaré), me río muchísimo.

Es curioso que no me sienta identificada con la gente de mi barrio que se comporta como los personajes de “Aída” y que me guste tanto la serie... ¡Y hay mucho personaje así! Cuando vi por primera vez a la madre de Aída o me di cuenta del porcentaje de frases de “la Lore” que contenían la palabra “bragas”, me pareció exagerado. Pero al mudarme del pueblo (el de las vacas y los tractores) a un barrio de una ciudad, me di cuenta de que todo es verídico (la gente que deja a los perros cagar en la puerta de casa o en la del garaje – así no queda más remedio que aplastar la mierda y meterla para casa...–, la gente que hace la mudanza tirando los trastos viejos a la calle desde la terraza, los niñatos que vacilan a un tipo de dos metros con los brazos como popeye porque saben que por ser unos niñatos no les va a hacer nada, los señores que se te meten hasta la cocina cuando vienen a hacerte la revisión del gas, etc., etc., etc.).

De lo que me he dado cuenta es de que “Aída” es como la vida misma. “Aída” sí que es un retrato costumbrista de esos que dicen los entendidos de la pintura...
Está Mauricio Colmenero, el señor del bar. El dueño, el jefe... Le falta el puro y empiezo a preguntarme por qué no he visto a nadie fumando en ninguno de los capítulos... ¿Está peor fumar que insultar a un camarero sudamericano? ¡A lo que iba!
Está Mauricio Colmenero, el señor del bar. Moreno, bigotudo, conservador, machista, tacaño, graciosete... Una joya. Pues de estos tengo en el bar de la esquina, ese que huele a colillas apagadas en las sardinillas en aceite.
Y es que a lo que iba realmente es a la realidad del personaje. A la realidad del señor propietario que se cree dueño no sólo del bar y el mobiliario, sino de sus empleados.
Aquí entra uno de sus camareros, otro personaje habitual de la serie:
Osvaldo, más conocido como Machu-Pichu.
Como “Aída” es un retrato de nuestra realidad cotidiana, esto es lo que retrata: el racismo, el despotismo y la incomprensión de algunas personas hacia quienes vienen de ciertos países (ojo, de ciertos países, no de fuera).

Y, como empezaba, repito: “respeto, respeto y respeto”.
Que yo vea las situaciones cómicas de “Aída” y me ría, no significa que comparta todo lo que los personajes creen. Que haya un personaje sudamericano al que pisotea su jefe día y noche no significa que me guste nuestra realidad. No me gustan los mauricios-colmeneros del mundo, aquellos que se creen mejores que los demás y que a todos (sin excepción) ponen motes y mangonean.
Lo único que creo es que se coloca un personaje sudamericano en la serie, al que se le trata como se suele tratar a los sudamericanos por aquí, igual que hace años en no-sé-qué-serie sobre un hostal aparecía el manitas polaco (no recuerdo la nacionalidad tampoco).

Si en la calle hay xenofobia y racismo, la televisión, en una serie como esta, lo retrata. La caja “tonta” (y no tan tonta a veces) nos devuelve un reflejo de nuestra realidad, como un espejo.
Hay quien decide cambiar la palabra “panchito” por “machu-pichu” después de ver “Aída” y hay quien decide que no le gusta que su realidad sea ésta.

Me gustaría pedir a voz en grito un poco de respeto por todas esas personas que viven entre nosotros (ya que no las dejamos muchas veces vivir con nosotros), pero no sé cómo. Me gustaría poder callar a todas las personas a mi alrededor que usan las palabras “sudaca”, “moro”, “panchito”, etc. a mi alrededor, especialmente a aquellas personas cultas, que saben mucho de historia, música, gastronomía... A las que les gusta viajar y, como ellos dicen, “conocer otras culturas”. A esas personas que en vez de decir “sudamericano” dicen “sudaca”. A esas personas que empiezan sus discursos con un “yo no soy racista, pero...”.

Quisiera callarles igual que los callo cuando me dicen que, cuando salen fuera, no cumplen las normas cívicas que sí que cumplen aquí (ensuciar, gritar, no pagar el transporte público...) porque “total, como no voy a volver”. Igual que les callo pidiéndoles que no dejen la imagen de los españoles a la altura del betún como la de unas personas incivilizadas que no saben salir de casa, me gustaría encontrar la receta que les callase definitivamente en sus calificativos (que realmente no son calificativos, sino insultos). Me gustaría encontrar las palabras que impidiesen la respuesta rebote de “yo no soy racista, pero es que mira lo que le pasó al primo de mi amigo”.
Pues quizá el primo de tu amigo tuvo mala suerte y se encontró con una mala persona. Repito, mala persona. El primo del amigo de alguien, cuando sales a Italia, Inglaterra o adonde quiera que vayas, se encontrará con una persona incívica si te cruzas en su camino (“total, no le vas a ver más”) y se llevará una mala impresión de mí...
Sé que es fácil generalizar, pero yo intento luchar contra las generalidades que empiecen a crecer en mi interior. Cuanto antes las ataje, mejor persona seré.

No sé si es por racismo, por xenofobia, por envidia, por miedo... No sé si estas últimas cosas llevan a lo primero, si se nace con el racismo (lo que sí sé es que a uno le pueden educar en el racismo) o qué. Sé que el discurso de “los españoles también fuimos inmigrantes” no convence ya a casi nadie. Se ve que esos tiempos se están olvidando. Y sé también que el discurso de “los españoles somos mezcla de pueblos” nunca funcionó, a pesar de ser Iberia un cruce de caminos de los pueblos europeos y africanos y, después, con la conquista, también de los pueblos sudamericanos.

Así que “
respeto, respeto y respeto”.
Respeto por las personas que dejan a sus hijos y a sus parejas en su país de origen, vuelan catorce horas con un visado de turismo y luego se instalan como pueden en España, en un piso patera con diez personas más, descansando cada noche como pueden para hacer dos turnos de limpieza al día siguiente.
Respeto por aquellos nuevos unión-europeos que vienen del este con sus carreras de ingeniería, de esos músicos que dejan sus sueños y su tierra para ponerse unos guantes y empezar a preparar cemento.
Respeto por aquellas mujeres embarazadas que se echan a la mar en un cayuco minúsculo con una treintena de personas, después de haber atravesado selvas y desiertos, víctimas de agresiones sexuales en el camino, de hambre y penurias. Respeto por esas mujeres embarazadas que anhelan dar a luz en las costas de Canarias para regalarles algo mejor a sus hijos.
Respeto para aquellos nietos de españoles que quieren buscar aquí la estabilidad que la crisis no les deja tener en sus países.
Respeto para todos aquellos que se ven recluidos en calabozos, sin entender el idioma. Para todos aquellos que esperan poder volver a casa cuando devuelvan sus préstamos (sí, los he conocido personalmente). Para todos aquellos que trabajan codo con codo en nuestras oficinas, calientes en invierno y fresquitas en verano, sin importarles que a sus vecinos, amigos, suegros españoles se les escape alguna vez la palabra “moro” o “panchito”.
Respeto para todos aquellos que vienen del norte a su segunda vivienda en nuestras islas para disfrutar de una merecida jubilación y de los beneficios de la Seguridad Social española. Respeto también, sí, y también un poco de crítica constructiva. No pido un nuevo mote, sino que se les quite la cruz al resto y se critique a todo el mundo por sus virtudes y sus defectos.


No ignoro los problemas de delincuencia, las mafias, las drogas, los mercenarios. Confío en que las cosas puedan seguir mejorando para dejar a cada uno en su lugar, ya sea en un puesto de trabajo digno (con contrato, sin explotación e incluso esclavitud) o en su país de origen si no han respetado la ley.

Y a aquellos que odian las prácticas ilegales y a los “negritos” del top manta, que no se descarguen música de e-mule ni compren los dichosos CDs piratas. Lo que es ilegal para unos lo es también para otros. No sólo para el que tiene hambre y además no sabe defenderse.
Y a aquellos que odian las mafias, que no pidan prostitutas rusas, rubias y jóvenes. Que no contribuyan a hacer de la inmigración un gueto cada vez más grande y más cerrado al mismo tiempo. Que no contribuyan a la esclavitud de quien sólo busca una salida.

A aquellos que pagan a una mujer colombiana para limpiar, a un ecuatoriano para arreglar el jardín y a un rumano para pintar la valla... Menos hipocresía y más
respeto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cada cierto tiempo visito tu blog, este blog con artículos unas veces tan intereantes y otras veces tan aburridos pero siempre de una calidad y una belleza en la técnica envidiables y es la primera vez que siento ira en tus palabras, una pena, si cada vez que escuches la palabra moro o panchito o sudaca o lo que sea despectivo te vas a molestar no podrás hablar a gusto con mucha gente por que generalmente (si, las generalidades existen) las personas somos así de graciosas, es mas diría que esta de moda reirse de los extrangeros (solo de algunos claro) pero es que esto de reirse de los demás nunca pasa de moda... En fins, el ser humano es patético, egoista y malvadisimo y bla bla bla, es cierto si, pero ciertas personas son geniales y entregadas y que saben escuchar y bla bla bla, vamos el mismo royo de siempre solo que lo aplicas con los racistas (si, esos que dicen que no son racistas)... personalmente pienso que no hay que irse tan lejos para encontrar injusticias y traiciones, suerte tienes de poder centrar tu enfado en esto y no en que tus mas allegados no digan nada despectivo de ti o de alguién que te importe.

Por otra parte, pienso que ya estamos muy acostumbrados a que en las comedias hagan divertidas situaciones que si estubieramos viendo en realidad no tendrían ninguna gracia, no es un gran descubrimiento.